Economía fuerte, política económica incierta

Columnista Invitado

Lo que querían los bancos centrales en todo el mundo se logró: desacelerar la economía y por esa vía ganar la partida a la inflación que ellos mismos y el FMI provocaron. El temor a las consecuencias económicas de la Covid produjo el desajuste macroeconómico que aún no superamos.
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La inflación se desaceleró casi como para cantar victoria. En Brasil, la de un año a junio se situó en 3.16%, un poco arriba de la meta del Banco Central, pero la mensual fue negativa por primera vez desde 2017. En México, la anual fue de 5.1% y la mensual de junio, cercana a 0. En el norte, hay descenso marcado en el crecimiento de los precios de EEUU y la Zona Euro, con desempleo bajo. El Reino Unido ha tenido un repunte, derivado de las consecuencias negativas del Brexit de mediano y largo plazo. China tuvo una inflación tan baja a junio que sus autoridades económicas, flamantes y de origen ‘Ivy League’, ya pusieron en marcha medidas de reactivación económica.

En el caso colombiano, estamos aún sin tranquilidad en los precios. Nos alejamos del 40% anual de inflación en Turquía o del grosero 115% de Argentina, aunque nuestro IPC no ha bajado con la misma energía con la que subió: 0.3% el alza del mes y más de 12% la del año. El retraso de la calma inflacionaria se puede deber, entre otros, a un exceso de demanda provocado por el aumento del salario tres puntos por encima del IPC de 2021 y 2022, riesgo que advirtió el Banrepública en su momento y que confirma le realidad de un IPC mucho mayor que el IPP. Si hay demora en la baja de sus tasas de referencia, se deberá a una decisión previa del gobierno, los gremios y los sindicatos y no a la testarudez, como calificó Lula la actitud del “señor del Banco Central de Brasil”, de no reducir sus tasas aún.

La labor de nuestro Banco de la República ha sido ponderada y acertada. Podríamos esperar que la postura sea mantener un poco más las tasas donde están y empezar a bajarlas al final de este tercer trimestre. Los números de la industria, el comercio y agrícolas indican que el desborde del crecimiento potencial paró. No hay que abusar y deteriorar el empleo.

El misterio de la tasa de cambio va a los textos económicos como no resuelto. Al estilo Poirot, no conoceremos la causa de la revaluación del peso sino al final. Los rumores sobre fracaso de las reformas radicales; la posibilidad de que sigamos explorando energías fósiles unas décadas más como debemos hacerlo; el aumento de las remesas; el buen clima de la inversión extranjera en América Latina a pesar de todo; el regreso de capitales nacionales que se fueron del país hace un año y que se han desvalorizado 18% en dólares, todas son causas probables de revaluación.

Mas soy fervoroso creyente en una causa mayor: la fortaleza de la economía colombiana porque tiene instituciones y una tecnocracia todavía al timón que no debe desmantelarse por razones inanes de ideología trasnochada. La ciudadanía confía en ellas. Hay bancos sólidos con supervisión poderosa, unas reservas internacionales para pagar un año de importaciones y unas exportaciones no mineroenergéticas que están creciendo bien. Recientemente logramos que quince millones de colombianos pasaran de la pobreza a la clase media, esa que Petro acusa de “arribista” porque no quiere volver a la miseria de la estatización, esa que valora su sistema de salud y que pone el empleo por encima de toda consideración en las encuestas.

Se logró la desaceleración. Ahora viene lo difícil: recomponer la inversión privada. La Formación Bruta de Capital Fijo, que es la inversión interna, cayó más del 10% en la medición de mayo por primera vez desde la recesión del 1999. Se ubica en más o menos el 14% del PIB cuando en 2018 estaba en el 24%, nivel asiático. De su crecimiento robusto depende el progreso futuro. No crecerá con fuerza y confianza si la retórica se impone al pragmatismo y la estatización remplaza al sector privado.

 

LUIS CARLOS VILLEGAS

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