La clave del gobierno representativo

Columnista Invitado

Si los ciudadanos de una nación se mantienen en febril actividad política, resultarían dos poderes en ejercicio: el de la masa total y el de sus representantes.
PUBLICIDAD

Habría entonces dos gobiernos: el de la masa y el representativo. Los excesos de la Revolución Francesa de 1789 procedieron todos de haber desconocido el principio político del gobierno representativo, seguidos hoy por quienes alegremente suspiran por un “gobierno participativo”. Como la primera necesidad de un pueblo es ser gobernado bien, son aduladores de la nación los que opinan que esta no puede errar ni pecar, o que no tiene deberes. La historia está llena de inconsecuencias, de maldades y de perfidias cometidas por los pueblos. 

Si se deja a algún pueblo arrancar, en alguna reunión tumultuaria, disposiciones legislativas o decretos gubernativos, entonces también podrá intimidar a los jueces para que den sentencias conformes a su capricho, aunque sean contrarias a las leyes. Una vez que se acepta la legitimidad de una carta constitucional, los pueblos no deben ejercer más facultades que las asignadas por ella, pues bastan para poner a cubierto todos sus derechos. La manifestación inmediata y permanente, además de ser injusta, trastorna el sistema representativo, destruye la acción gubernamental e impone la funesta energía de las pasiones encontradas.

Hace 196 años estableció estos principios republicanos Luis Andrés Baralt Sánchez, en los cuatro artículos que publicó en Bogotá bajo el título de Fe política de un colombiano. Nacido en Maracaibo en 1788, fue el primer hispanoamericano que estudió en Cádiz “ciencias políticas”, con lo cual sus artículos son el primer manual de ciencia política publicado en la Gran Colombia. Por ello fue presidente del Senado durante cuatro años y candidato a la vicepresidencia, que no aceptó por su legendaria modestia. Falleció en Bogotá a los 68 años, bendecido por el respeto de todos los hombres eminentes. Su defensa del régimen representativo, de la dignidad de las cámaras legislativas, es su mayor legado. Siempre estuvo atento a la defensa de la división tripartita del poder público y de la independencia de cada una de sus ramas, la clave del gobierno representativo.


 

ARMANDO MARTÍNEZ G.

Comentarios