¿Y cómo aislamos el hambre?

Daniel Felipe Soto

Por una parte, los colombianos del común: desempleados, adultos mayores sin pensión, y trabajadores –pocos formales, la gran mayoría en la informalidad- quienes no disponen más allá de su fuerza de trabajo, del día a día, para adquirir lo necesario para su subsistencia.
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Ellos son los que sufrirán con todo el aislamiento; necesario para contener la crisis, provocada no tanto por el Covid-19 como por los desaciertos del gobierno.

Por otra parte, los sectores privilegiados podrán tomar la cuarentena como un periodo de descanso, seguramente estresante por el confinamiento, pero no asfixiante por las carencias absolutas que deberán soportar millones de familias ante su total desprotección.

Sentados detrás de los escritorios, el país y los territorios se ven sencillos de gobernar. Podrán pensar que con firmar un par de decretos serán los grandes estadistas del siglo XXI. La realidad, sin embargo, está lejos de permitir controlarse con medidas precarias que aumentarán la desigualdad, el hambre, la violencia y no lograrán contener la proliferación del virus.

El caso de Colombia era distinto, era previsible, se podía contener; bastaba con mirar los ejemplos de países con sistemas de salud mucho más sólidos y entender la magnitud de la tragedia que se avecinaba para tomar las decisiones necesarias. Pareciera que hubiese sido adrede el permitir la proliferación del virus en nuestro país, tal vez para opacar la ilegitimidad del gobierno por la descarada compra de votos con dineros del narcotráfico.

Un Presidente acobardado por su corrupción, que no toma las decisiones correctas en los tiempos precisos, tiene al borde del acabose a más de 50 millones de personas. Hoy, continúa siendo el Presidente que defiende y trabaja por los intereses privados. Es asqueroso, que la primera medida económica que adopte el Estado de Colombia frente a la crisis, sea poner a disposición de la banca 17 billones de pesos; mientras millones de colombianos deban paliar la crisis en sus hogares sin ningún tipo de protección, más que discursos vacíos y medidas ineficaces tomadas con improvisación ¿qué pasará con los millones de colombianos desprovistos de protección social, de servicios públicos, de alimentación, de techo?

¿Dónde quedó la responsabilidad social empresarial que tanto aparecen en los afiches y comerciales de los bancos? Sobre todo en estos tiempos, es importante recordarles a los privilegiados del gran capital y sector financiero, que sus privilegios no son de origen divino, pueden perecer. Precisamente cuando queda clara su convicción, de que el trabajo es una mercancía y el trabajador un objeto, debemos llamar a la reflexión creadora. Las familias que padecerán grandes penurias por obedecer la inquebrantable orden de aislamiento preventivo, deberán entender por fin que, su situación obedece única y exclusivamente a las decisiones de quienes nos gobiernan; a quienes ellos han ayudado a elegir, por incautos o por calmar el hambre de un día al vender el voto.

Ni Saramago ni Camus previeron en sus obras un desenlace tan oscuro con un gobierno tan mezquino, tan ruin, como el nuestro. No permitamos que esta crisis se convierta, solamente en “Humo en la imaginación” como lo pensaría Camus; esta trágica experiencia al menos debe servir para reflexionar y entender la fragilidad de nuestra economía, de nuestros sistemas de salud y en general, de nuestra supervivencia amenazada cada día más por el cambio climático y gobiernos nefastos. Abracemos la solidaridad como principio de vida y actuemos unidos por el futuro. No queda nada más.

DANIEL FELIPE SOTO MEJÍA

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