Pobreza segura

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Esta es la denominación que se nos ocurre dar a un mal sistema educativo que no es capaz de interpretar las necesidades de los estudiantes para colocarlos en términos de competitividad, de tal manera que puedan asumir los retos de la sociedad y, desde luego, los personales.

Nos aterra pensar que nuestro sistema educativo continúa calificándose mal en los organismos encargados de evaluar el rendimiento de los países en esta materia. La reciente publicación del Programa Evaluación Internacional de Estudiantes, se ocupa ahora de los maestros y en un análisis de 65 países coloca a Colombia en el puesto número 62 en lo que hace referencia a la calidad de los maestros, hecho grave que hace pensar en que si los profesores están fallando, cómo será el producto que están sacando al mercado, que es el estudiante.

Creemos que en la actualidad el país no cuenta con instrumentos de medición de la efectividad de sus políticas educativas y que las reformas planteadas se aplazan indefinidamente sin que los correctivos aparezcan en su oportunidad.

Debemos pensar en que para grandes males, grandes soluciones y que nuestra política educativa requiere de un gran empujón, que transforme el sector y lo haga accesible a los grandes requerimientos de la época moderna en cuanto a cobertura y calidad.

El primer revolcón que tuvo el sector educativo lo hizo el General Santander, quien se entrevistó en Alemania con el barón Von Humboldt, director de la educación en ese país, y copió de allí los criterios fundamentales que le permitieron en 1832 poner en práctica una sustancial reforma educativa redactada por él mismo, y que creó universidades, escuelas primarias y secundarias y academias de ciencias en todo el territorio nacional, dándose un paso gigante en esta materia y acelerando el proceso de instrucción de las nuevas generaciones.

Después vino la influencia del radicalismo, que separó a la Iglesia de la exclusividad en la educación y que trajo de Europa lo que se denominó la Misión Pedagógica Alemana, que entró a formar a los maestros a través de las Escuelas Normales, para poder acelerar el proceso educativo en los mejores términos de rendimiento. Creó a su vez la Universidad Nacional en 1867.

En el siglo XX vino un proceso lento para mejorar el cubrimiento, que hoy todavía es deficiente, pues la mitad de los estudiantes de secundaria no pueden entrar a la universidad y de los que entran la mitad desertan, casi todos por estar mal preparados para asumir el reto de la educación superior.

Si aspiramos a avanzar, se debería convocar entonces a una gran comisión de expertos que logre el rediseño de nuestro actual esquema, en donde se permita copiar modelos avanzados en otros países, para no dar palos de ciego en un tema tan fundamental para el desarrollo del país. Ya en el pasado recibimos la lección.

Credito
EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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