La seguridad ciudadana y su percepción

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La reciente salida intempestiva del director de la Policía de Bogotá, fue motivada según los medios, por la concurrencia de dos factores: el crecimiento del delito y el incremento de la percepción de los ciudadanos sobre el fenómeno de la inseguridad.

Me parece oportuno analizar el alcance de estas dos situaciones, para llamar la atención en el sentido de que en todas las ciudades del país se establezcan mecanismos que le permita a los ciudadanos conocer con precisión estos dos indicadores, para que ellos se conviertan en un instrumento de presión de la defensa de su seguridad y para que las autoridades se percaten frente a lo que debe ser el cumplimiento de su deber en desarrollo del tema.

El delito crece, porque la autoridad afloja y también porque los ciudadanos muestran cierta indiferencia frente al tema. Cuando autoridad y ciudadanos van de la mano con acciones conjuntas y sin pausa, el resultado es otro.

Pero se requiere de dirección, de orquestación de actividades y de fijación de objetivos conjuntos. El delincuente actúa cuando encuentra el campo fácil, cuando sabe que no tiene sanción y cuando es consciente de que nadie lo persigue, o por lo menos, de que no lo tienen en la mira.

En las ciudades se suelen encontrar con frecuencia escenarios positivos y alentadores, cuando cuentan con la presencia de oficiales que actúan sin pausa, que saben entrenar y dirigir, y que obtienen resultados constantes que motivan y que obligan al delincuente a mantenerse al margen de la perversa actividad.

Aquí es cuando la ciudadanía se siente tranquila, percibe una sensación de paz y bienestar cuando aborda la calle o cuando se mezcla entre la gente del común.

Pero esa actividad del cuidado y vigilancia de la seguridad, tiene que ser sin pausa, enriquecida todos los días por factores motivadores. De ahí que la función del policía tiene que conjugar capacitación permanente, compromiso, acción decidida y profesionalismo. El policía tiene que ser todo un profesional de la seguridad ciudadana. Su presencia no basta y menos cuando es pasiva, cuando no posee elementos vigorosos para la acción y cuando no actúa con determinación.

Cuando un ciudadano denuncia, pareciera que eso significa archivar definitivamente el caso, pues el tiempo pasa hasta que le llega una comunicación cerrando el proceso. Mientras tanto el delincuente feliz, preparándose para actuar nuevamente con mayor audacia, con mayor ímpetu y con mayor descaro, dándose el lujo de seleccionar sus víctimas y decidir frente a ellas lo que se le venga en gana.

Que lo que acaba de ocurrir en Bogotá, sirva de reflexión para todas las ciudades colombianas.

Credito
EDUARDO DURÁN GÓMEZ

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