Las obras chiquitas

Eduardo Durán

En Colombia siempre nos ha invadido un sentimiento de pequeñez a la hora de tomar decisiones sobre las obras fundamentales que se requieren para apalancar el desarrollo.

La decisión del Presidente Santos de no sólo iniciar una ampliación del recientemente inaugurado aeropuerto El Dorado, sino de construir un segundo terminal con dos pistas adicionales, nos indica la magnitud del karma que tenemos los colombianos, de pensar solo en el afán del día, pero no en adentrarse hacia el futuro, mirando proyecciones, creando escenarios y formulando desafíos.

Lo mismo había dicho el propio Presidente al inaugurar la doble calzada Bogotá-Girardot, en donde los dos carriles de cada calzada, de una vez fueron insuficientes para el tráfico que registra y ordenó iniciar la construcción de uno más, apenas fue puesta al servicio.

A esas decisiones podemos agregar cualquier cantidad de ejemplos, como los aeropuertos de Bucaramanga y Cartagena, pequeñísimos recién remodelados, y como todas aquellas vías en donde se dispusieron construcciones omitiendo túneles y viaductos con el argumento de que resultaban más costosas.

Y ni hablar de las obras urbanas, aplazando nuevas vías, apenas tapando uno que otro hueco y sacándole el quite a los grandes viaductos y túneles que se tienen que hacer para que el tráfico fluya.

Es definitivamente un elemento cultural, en donde se nos enseña a pensar en lo poquito, en lo de salir del paso, en el paliativo que apenas produzca un ligero alivio. El concepto de parroquia todavía impera en las ciudades y el de país aldeano se resiste a modificar sus parámetros.

El que resulta con alguna capacidad de visión es tratado de loco, de irresponsable, de iluso, y es apartado de cualquier decisión, mientras que nuestra vida transcurre en medio de errores y de omisiones que después el futuro se encarga de cobrarnos.

Las universidades de hoy, deberían enseñar a sus estudiantes a perder el miedo en el futuro, a abordar lo desconocido y a idear lo esencial en el rumbo de la sociedad.

La vida de los colombianos parece transcurrir en medio de un escenario de purga de errores y de padecimiento de lo que va quedando de lo errático, de lo indebido, de lo chiquito que no alcanza para nada.

El liderazgo se basa en la condición para aunar esfuerzos, para proyectar objetivos y para alcanzar metas extraordinarias. El que llega a calentar la silla, a distraerse en la cotidianidad, no es más que un fracasado y así lo registrará la historia.

Cambiemos de una vez por todas esa mentalidad, tal como lo indica el nuevo ritmo que se nos está indicando.

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