El peso del dinero en las elecciones

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Don Francisco Quevedo puso en poesía la ruinosa influencia del dinero en la vida de los seres humanos. El dinero como carnada de degradación de la conducta. Su letrilla ‘Don Dinero’, escrita en el siglo XV, en la España del clasicismo literario, dice en la primera estrofa:

“Madre, yo al oro me humillo,

él es mi amante y mi amado,

pues de puro enamorado

de continuo anda amarillo;

hace todo cuanto quiero,

poderoso caballero

es don dinero”.

Ese aserto poético puede corresponder en mucho al manejo de las elecciones en Colombia por parte de partidos, movimientos y candidatos interesados en acceder a los cargos que están en esa oferta de la supuesta democracia.

La verdad es que hacer política en Colombia -y muy seguramente también en los demás países del planeta tierra- no depende tanto de la voluntad popular como sí de la capacidad de financiación de los protagonistas que van tras el poder, conscientes de todo cuanto les puede representar o deparar como beneficio personal. Por eso, las ideas, los principios, las propuestas programáticas, la ideología, se quedan en una escala secundaria. Se convierten en algo aleatorio.

Sí. Es fuerte la influencia del dinero en las elecciones en Colombia. Las campañas tienen que contar con recursos que garanticen el pago de gestores de las tareas proselitistas para sumar votantes. Esa red de intermediarios entre candidatos y electores tiene un alto costo, tomando en cuenta que los votos que se amarran hay que pagarlos con plata contante y sonante. De lo contrario, en muchos casos, no hay el apoyo esperado. Esto, a su vez, lleva a que los políticos omitan comprometerse en asuntos de interés público, o de orden social y se queden en el juego de la demagogia del engaño.

El entramado de la financiación de las aspiraciones políticas de alcance electoral hace parte del sistema de la corrupción que ha invadido la función pública en Colombia. Como el costo para ganar es tan alto, se acude a la utilización de los recursos oficiales. De allí nacen los carruseles de la contratación y los raponazos de los llamados servidores públicos a los presupuestos de la Nación, de los departamentos y los municipios. La plata de los contribuyentes al erario se ha convertido en una bolsa de enriquecimiento para algunos. Pero esa degradación tiene otras ramificaciones: los brazos armados de grupos ilegales y criminales para apoyar movimientos y aspiraciones que corren tras el poder para lucrarse de sus privilegios.

No es que todos los políticos estén en ese mismo rumbo. Pero que los hay, los hay. Y en los últimos años se han hecho visibles los protagonistas de esa aventura contra la democracia. Los que compran el voto. Los que se amparan en grupos armados ilegales. También los que propician fraudes en las regiones con todos los enlaces a la medida de las trampas calculadas.

Ese no puede ser el destino político del país. Se requiere de un contrapeso de fuerzas con capacidad de abolir la incidencia perniciosas del ese “poderoso caballero es don dinero” en los procesos en que debe predominar la voluntad popular sin interferencias de influencias perversas.

Credito
CICERÓN FLÓREZ MOYA

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