La hecatombe política

Cicerón Flórez Moya

En la Enciclopedia Hispánica se define la política así: “El concepto de la política se define en tres sentidos básicos: como lucha por el poder, como conjunto de instituciones por medio de las cuales se ejerce el mismo y como reflexión teórica sobre su origen, estructura y razón de ser.

Aunque el ejercicio del poder tiende a justificarse como solución necesaria para regular y equilibrar el orden y la justicia en el seno de la sociedad, el recurso a la fuerza, inherente a todo poder político, indica la presencia de intereses antagónicos y conflictos sociales que obligan a los gobernantes a emplear la coacción para favorecer opciones determinadas”.

Pero, en definitiva, la concepción positiva de la política está entendida como un ejercicio en función del poder para fines de satisfacción colectiva. O sea, servir lo mejor posible. Esa posibilidad está planeada desde diferentes formas de ejercer el poder. Aún con aplicación de la fuerza. Y allí surge la lucha de contrarios, que debiera ser una competencia de ideas y no un choque basado en la violencia o en otros recursos que implican imposiciones de opresión y negación de derechos.

En Colombia es cada vez más ostensible la distorsión de la política. La opción de crear mejores condiciones de vida a la sociedad en general, superando la desigualdad clasista y la arrogancia a que lleva el monopolio de la riqueza, se ha reemplazado por el abuso del poder con todas sus desastrosas secuelas, como es la corrupción en sus diversas variables, todas de negativo impacto, hasta de apertura a los negocios de las mafias del narcotráfico.

La pérdida de la noción constructiva, por decirlo de alguna manera, de la política, que es también mala herencia del pasado conquistador, generó el feudalismo y a partir de allí las condiciones de pobreza para la población campesina. Es una de las mechas del conflicto armado.

No haber hecho de la política un ejercicio de ideas y una carrera de competencia programática, sino el manejo de negocios y privilegios excluyentes le dio combustible explosivo para sostener el manejo viciado del poder. Por eso está la justicia en un nivel de postración y son cada vez mayores los índices negativos de la nación. Es el negocio de una “mezquina nómina”, aferrada a la explotación del Estado y del Gobierno con voracidad insaciable.

Tanto deterioro político e institucional es caldo de cultivo de los males que acechan. Allí abrevan el paramilitarismo y otras bandas criminales. También le da fuerza a los opositores al acuerdo de paz con las Farc. Es la resistencia al cambio, porque se quiere que todo siga igual. Por su discurso contra los males padecidos en Colombia Luis Carlos Galán terminó asesinado. El mismo destino de Jorge Eliécer Gaitán, de Rodrigo Lara, de Pardo Leal, entre otros. Pero no hay que ceder. Colombia merece salir de esta hecatombe.

Puntada

El vencimiento de términos se desbordó en la administración de justicia y le dio más alas a la impunidad. Es casi que el favorecimiento intencional a ciertos “honorables” delincuentes. Debe ser también un lucrativo negocio, semejante a los del “Cartel de la toga”.

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