Berracundeo: Maíz, tamal y chicha

No parece posible ni aceptable que los temas de nuestro folclor, de nuestro patrimonio cultural, sean manipulados por quienes siguen creyendo que el tamal es algo para tragar y no para degustar y sentir que es algo que el tolimense lleva pegado a su espíritu festivo.

El maíz hace parte de la prehistoria y la historia de América. Fue la base de la alimentación de los conquistados y continúa siendo fundamental en la alimentación de los no liberados. Fue y continúa siendo la base para la preparación de la bebida espiritosa más pura que se consume en América: la chicha. Su preparación es un rito que se inicia con la germinada del maíz e incluye 24 horas al fuego antes de ser servida en totumas. Cambiar la forma de prepararla y de servirla para hacerla más presentable al turista es atentar contra la tradición y una ramplona lobería.

Los dioses dejaron caer sobre suelo mexicano unos granos, que los indígenas vieron como de oro, granos que al germinar y crecer la planta dieron un fruto que se convertiría en la base de su alimentación y se distribuiría por América. En México se hallaron granos de polen fosilizados con un una antigüedad de 60 mil años. La mitología mexicana y el templo al maíz son testimonios de su importancia en la vida y la alimentación del amerindio.


El tamal se volvió moda cuando se adopta como una de las viandas tradicionales del Tolima y a raíz de una comercialización, medio traqueta, de algunos eventos con visos de culturales. Son muchas las fuentes primarias y secundarias, incluyendo investigadores colombianos, que muestran claramente el origen del tamal. Lucía Rojas de Perdomo hace mención al tamal en su  obra Cocina Prehispánica, afirmando que este estaba hecho con masa de maíz cocida aliñada con varios ingredientes, que se cocinaba al vapor en la olla de tamales o también en hornos excavados. Fray Pedro de Aguado, el cronista pendejón que nos volvió caníbales, dice, citado por Víctor Manuel Patiño en su obra La alimentación en Colombia y en países vecinos, hablando de los Pantágoras del Valle del Magdalena. “La manera de cocinar o aderezar sus comidas es esta: toman una gran olla y pónenla al fuego, y allí echan mucha cantidad de hojas de auyamas, bledos y otras legumbres silvestres, y algunas veces por cosa muy principal, echan de las propias auyamas, y llena la olla de estas legumbres y agua, dánle fuego, y estando a medio cocer échanle dentro dos o tres puñados de harina de maíz…”. A lo anterior se agregaba carne de varios animales y una vez envuelto en hojas de maíz se utilizaba como avío para los viajes. El tamal es parte de nuestro patrimonio cultural y no puede ser tratado como una simple mercancía en la que el maíz es sustituido por el arroz  porque hace más fácil su preparación, se cambia la hoja de plátano por la de lechuga -como el oso que se hizo con una ministra-, asignándole pesos a la loca y organizando concursos de tragadores de tamal, o ridiculizando el rito del desayuno tolimense el día de San Juan.


No es por muy, pero se ve la necesidad de  que trabajen los que tienen la obligación de defender nuestro patrimonio cultural y el rescate de la fiesta popular, tan manejados por el traqueteo, la comercialización y el periodismo prostituido. No sobraría, como es de esperarse, la participación de los gestores culturales sin petate.


Infortunadamente la cultura no es importante para los dueños del paseo. Se ve en los nombramientos por méritos de pesebrera, que hacen posible que el presupuesto de cultura se tire en espectáculos de medio pelo, en los cumpleaños de le mujer del alcalde de turno, o en la fiesta por la castrada del perrito de la mosa del mismo.


No parece posible ni aceptable que los temas de nuestro folclor, de nuestro patrimonio cultural, sean manipulados por quienes siguen creyendo que el tamal es algo para tragar y no para degustar y sentir que es algo que el tolimense lleva pegado a su  espíritu festivo.


Arbeláez.- XV Encuentro Nacional de los Arbeláez, del 20 al 23 de julio, en el Colegio Tolimense de Ibagué. Un evento de integración, historia familiar, música y humor. Si es de la plaga súmese al parche, que en agosto nos toca el Mangostino de Oro, en Mariquita.

Credito
HÉCTOR GALEANO ARBELÁEZ

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