“La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”: (Art. 22, Constitución Política de Colombia”)

Millones de vidas sacrificadas en medio siglo de guerra. Más de cuatro millones de desplazados. Miles de desaparecidos. Billones de pesos perdidos en la guerra. Pérdida de valores. Desprecio por la vida.

Millones de vidas sacrificadas en medio siglo de guerra. Más de cuatro millones de desplazados. Miles de desaparecidos. Billones de pesos perdidos en la guerra. Pérdida de valores. Desprecio por la vida. Sobran razones para volver a intentar el dialogo  con el objetivo de dar cumplimiento al mandato constitucional y lograr una salida negociada de la guerra. Es apenas natural que se pongan sobre la mesa intereses políticos y que por debajo de la misma maniobren los que se han beneficiado con la tragedia del pueblo colombiano. Sea lo que fuere, los colombianos tenemos derecho a soñar con la paz, especialmente los que hemos sido víctimas de la guerra.

Un grupo de campesinos se organizó para defenderse de los asaltos atribuidos a terratenientes y a fuerzas del orden. Este fue el origen de lo que inicialmente se llamó “chusma” que posteriormente se dividió entre “Sucios” comandados por Tiro Fijo y Charro Negro, apoyados por el partido comunista y los “Limpios” comandados por Mariachi y apoyados por la dirección liberal.

El gobierno en su lucha contra los insurgentes contó con el apoyo del Batallón San Antonio, integrado por conservadores de ese pueblo y la colaboración de los pájaros conservadores y los chulavitas traídos de Boyacá. La primera demostración de que la guerra no se gana solo a plomo se dio en Marquetalia, en donde cuarenta y cinco campesinos guerrilleros resistieron la arremetida de miles de soldados estrenado armamento y equipo. Tirofijo escapó con catorce hombres, “se les fue por en medio de las piernas del Ejército” y se fortaleció el movimiento guerrillero no solo en el Tolima. Los cortos periodos de calma se fueron a pique por los intereses de quienes vieron en la violencia una fuente de enriquecimiento, especialmente con el robo de propiedades rurales y del incremento del poder político. 

Pasa el tiempo y parte del país se cubre de sangre de inocentes. Colombia se llenó de muertos, desaparecidos, desplazados, viudas y  huérfanos. Se creció la injusticia, la impunidad, la corrupción y se abandonó el campo. Se hizo más visible la pobreza y la falta de atención del Estado a la solución de los problemas sociales. A lo anterior se sumó el narcotráfico y el paramilitarismo con su infiltración en todas ramas del estado, especialmente en  el Congreso. El resultado está a la vista. Degradación moral, una época de embajadas en manos de vulgares criminales y la pendejadita del intento fallido de reforma a la justicia. Magistrados dedicados a cuadrar sus cargas, generales con la miércoles hasta el cuello y hasta el poncho de Uribe está untado. Gran parte del equipo o pandilla del anterior gobierno con condenas, procesados o huyendo de la justicia. Asesinato de defensores de los derechos humanos, de líderes campesinos e indígenas y violencia permanente contra la mujer y la población infantil. Niños convertidos en sicarios y homenajes en televisión a los  criminales. La secuela de tanta falta de respeto por la dignidad humana y la vida se refleja en el “matoneo” institucionalizado en algunos colegios. Matoneo del cual fue víctima hace unos pocos días un niño de un colegio ibaguereño cuyo rector justificó el hecho, sonriente y con el cinismo propio de un semoviente de la educación, diciendo que se trataba de un juego de niños. No es difícil imaginarlo enseñando lúdica con tiro al blanco y uso de motosierra.

A falta de una política de estado sobre la paz, buenos son los esfuerzos que hagan los gobiernos por lograrla y merecen, con el escepticismo normal en estos casos, el respaldo de quienes no queremos más derramamiento de sangre de colombianos, sean guerrilleros, paracos, soldados, policías, campesinos o indígenas. Normal que aparezcan opositores y oportunistas o quienes ponen palos a las ruedas. Qué tal el desprestigiado Congreso pidiendo cupo para hacer lo del borracho en la primera comunión en un burdel. Bueno que el presidente Santos haya avanzado, con la cautela necesaria en estos casos, en el proceso de solución negociada de la guerra. Ley de tierras y restitución de esta son pasos grandes. Que esto haga parte de una campaña reeleccionista  lo veo normal dentro de la anormalidad, mientras no recurra a las triquiñuelas ilegales y el apoyo paraco de su antecesor. Santos tiene el derecho y la obligación de buscar la paz. Uribe tiene derecho a añorar su pasado, para unos, no tan santo, a defender  procesados, condenados y fugitivos y hasta volver al palacio de los horrores, o casa de Nari. Pero, sobre todo, los colombianos tenemos derecho a la paz.


Ñapa 1.-“Canta un pijao” con el afecto que por su tierra adoptiva siente Jorge Humberto Jiménez. Le canta al Tolima y a los niños, con la Agrupación Campanitas con la ternura del abuelo. Admirable como cantautor, educador y persona. Lo refleja en su dos últimas producciones: “Por eso cantamos” y “Niños 6 ritmos colombianos” .Música para compartir alegremente en familia, con amigos y con los niños.

Ñapa 2.-Taller Infantil de Teatro dirigido por el Maestro Hugo Barrero. Sábados de 8a.m. a 12m. (Carrera 3ª. No.10-37, 4º. Piso, cel.3183071638).

Credito
HECTOR GALEANO ARBELAEZ

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