Medicina tradicional

La Medicina Tradicional tiene el encanto del saber popular, las investigaciones de que es objeto por parte de empresas farmacéuticas y de grupos científicos de varias universidades, la divulgación que le hacen los medios de comunicación, la enorme cantidad de publicaciones sobre el tema, a diferente nivel, la labor de los casi desaparecidos culebreros y el trabajo permanente de los yerbateros.

A un programa de televisión, Medicina Salvaje, debo mi peregrinaje a una finca ubicada en la vereda La Tebaida –famosa por una de las desmovilizaciones de Luis Carlos Restrepo- a tumbar montículos de tierra para recoger sus constructores, una especie de termitas, tostarlas, pulverizarlas y mezclarlas con aceite de tiburón. Una cucharada diaria y desaparece el asma. Hace una buena cantidad de años una auxiliar de enfermería egresada de la UT me consiguió con un médico de Lérida el remedio para los problemas de riñones: unas pequeñas bolitas (píldoras) de jabón de tierra. Una diaria durante la menguante y fuera enfermedad. Efectivos los remedios. Me enteré por Internet de la acogida tan grande del remedio para el cáncer, divulgado por un monje: licuar los cristales de dos hojas de sábila con un litro de miel y un trago de coñac. Tres copitas diarias y recuperación segura.

Hay fórmulas para todo y todos conocemos por lo menos una fórmula. Recuerdo mis desvaradas los días de mercado en Santa Chava, cuando ponía en mi venta al piso aguacates maduros.

Eva me los compraba todos, los partía, les quitaba la pepa y rellenaba las mitades con panela raspada. Cuando le pregunté sobre la utilidad del preparado se limitó a decirme que eso es como la gomina para el pelo. Con el tiempo entendí la explicación cuando con unos compañeros llegamos a desayunar a un local de la carrera 5ª con 22. Había que hacer cola por la cantidad de Caldo de ministro que vendían. Lo preparaban con los dídimos del toro y le atribuían la capacidad de parar muertos. Dizque con un caldo el paciente quedaba más cargado que pistola de bandolero. Por el recuerdo de esta fórmula fue que me dio por llamar Los Dídimos a un par de fiscales que se lo pasaban juntos, y no firmaban ni a ruego. Como tenían el mismo conductor, por lógica lo llamaron Bragueta. Medicina popular en la comida y en la fiscalía. Nunca imaginé que esta fuera preocupación de purpurados. Hace pocos se descubrió el libro Tesoro de los Pobres, cuyo autor fue Pedro Hispano, el Papa Juan XXI. Una especie de tratado de Medicina Tradicional de la época. Para asegurar que llega bien armado o dispuesto solo tiene que untarlo de bilis de jabalí, y si se quiere sentir ganando un concurso, solo tiene que consumir los testículos de un tejón. Tanta vaina para descubrir cómo nos llegó el caldo de las del toro que aquí lo volvimos caldo de ministro. Solo falta que nos digan que es un homenaje al ministrico de guerra y de agricultura, a la de medio ambiente y al de minas, por ser lo que son.

A la granja de Tibaitata llegó un indígena vendiendo artesanías y frasquitos con restos del pájaro Macua. Los frasquitos no dieron un brinco. Dizque era lo mejor para conquistar al sexo opuesto. El entomólogo que compró los frasquitos, jefe de departamento, recibió a los pocos días la renuncia de todas las empleadas. La razón: el contenido de los frasquitos se había regado y la oficina olía a campaña electoral. Mejor le fue a un amigo que al pasar la morochita que vendía gelatinas le preguntó para qué servía la gelatina y esta le contestó que le explicaría todo y le enseñaría a hacer gelatina por la tarde en la casa. A los ocho días volvió a salir de la casa de la gelatinera y todavía no nos ha contado, para que mal sirve la gelatina negra.

Ñapa 1.-El presidente candidato sigue creyendo que su campaña contra la corrupción en el Tolima le da mejores resultados con corruptos.

Credito
HÉCTOR GALEANO ARBELÁEZ

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