¿Regresamos a lo mismo?

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

La violencia en el Tolima fue iniciada por las élites conservadoras, el Ejército, los chulavitas, la Fuerza Aérea, las ‘guerrillas de paz’ organizadas por el Ejército y los terratenientes que despojaban a los campesinos de su tierra, su vida y sus bienes.

Fue, como dice Alfredo Molano, una región ensangrentada por la siniestra llave entre chulavitas y policía, durante los gobiernos de Ospina y Laureano.

Todo con la bendición de una iglesia politiquera a la cual los principios cristianos le importaban un carajo, impulsando la guerra contra el comunismo internacional y los ateos, remoquetes utilizados para calificar a los enemigos del régimen. Vendieron el miedo para justificar sus crímenes y luego ser premiados con el perdón y olvido.

Suficiente una mirada a lo que pasó en Villarrica a mediados del siglo pasado. Bombardeos sin descanso contra el poblado y los refugios de quienes todo lo abandonaron, hasta sus muertos, tratando de salvar sus vidas. Miles de soldados de origen campesino, masacrando todo lo que encontraban; niños y ancianos incluidos, para dejar el campo abierto a los despojadores que acaparaban a la fuerza baldíos y mejoras de pequeños colonizadores.

Tengo dos recuerdos de esa época. El primero fue es el del coronel Forero Gómez; el del intento de golpe del 2 de mayo contra la Junta Militar. Este coronel se hizo famoso en Villarrica y Cunday por sus campos de concentración y viajes en helicóptero con pasajeros amarrados. El hombre murió lleno de condecoraciones por sus servicios a la Patria.

El otro personaje fue el Teniente Cendales, de Cajamarca, el mejor oficial egresado de la Escuela Militar y con quien me hice compinche a raíz de su fuga del Guardia Presidencial cuando lo llevé a San Rafael a una finca de un familiar. En esa ocasión me contaba, que en uno de los combates de Villarrica se encontró de frente con un anciano armado, se miraron, bajaron las armas y cada uno tomó su camino. En ese momento Cendales entendió la injusticia que se estaba cometiendo y posteriormente desde la Escuela de Caballería inició el recorrido recordado por muchos.

Es bueno recordar, no solo por recordar, que las llamadas “acciones de paz” iban protegidas por una fuerte censura de prensa que “el delito del sabotaje” se hizo extensivo a “quien divulgue informes o noticias que imputen directa o indirectamente a las Fuerzas Armadas, o a uno o varios miembros de ellas, la realización de hechos cometidos en campaña o en misiones de orden público, que la ley haya erigido en delito o que por su carácter deshonroso e inmoral sean susceptibles de exponerlos a la animadversión, el desprecio o el desprestigio públicos.” (Peralta. Torturas, lágrimas y sangre. 2017. P205).,

El fracaso del Gobierno de la época en la supuesta lucha contra el comunismo internacional y los ateos fue monumental. Dio origen a las Farc y dejó a Villarrica y Cunday llenos de cruces.

Como es costumbre el Estado no respondió por sus crímenes, como tampoco el Gobierno saliente de Santos le ha parado bolas a la situación de la lenta desaparición del casco urbano del municipio de Villarrica, martirizado desde hace más de cincuenta años por la violencia, que con miles de héroes campesinos hizo frente a una guerra de varios gobiernos contra los desposeídos por terratenientes y antecesores de los paracos.

Hoy Villarica, es un pueblo abandonado no hay agua potable y la carretera que la conecta con Cunday es una trocha. Que no nos vayan a salir con el cuento que hay que perseguir las almas de los asesinados.

Primero fue la violencia oficial y ahora la naturaleza y el abandono oficial.

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