Suicidio colectivo

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Cuando el expositor leyó o dijo que la cultura es vida y que ésta es sagrada, no pensaba molestar a los parlamentarios por su ignorancia ni por su despreocupación por la solución de los problemas nacionales. Solo quería llamar la atención sobre el trabajo permanente del hombre por destruir la naturaleza que es sagrada por ser fuente de enriquecimiento espiritual y parte esencial de la cultura. Por ser lo que significa, tenemos la obligación de sentirla como parte de nuestro ser y como parte de nuestro patrimonio cultural. Y no solo eso, tenemos todos el deber inaplazable de defenderla.

Cómo no preocuparnos por el daño permanente que se hace al medio ambiente por los que tienen la obligación legal de velar por su conservación, quienes se hacen los de la vista gorda frente a la deforestación inconmensurable que adelantan los grandes y poderosos ganaderos y palmeros de este país, que hacen parte del partido y del gobierno que hoy traza las públicas en materia ambiental.

Cómo no preocuparnos cuando vemos como se extienden los cultivos de coca por terrenos previamente deforestados y en cuyo procesamiento se utiliza gasolina y otros químicos que luego son vertidos a las fuentes hídricas, para que los narcotraficantes y demás beneficiarios puedan acrecentar sus ganancias descomunales, arrasando a los campesinos pobres y a las tierras.

Cómo no preocuparnos cuando estamos ad-portas de que se inicie la aspersión de estos cultivos con el temible glifosato, cuyas consecuencias ya son suficientemente conocidas no solo para la tierra sino para la salud de las personas.

Y cómo callar ante lo que ahora llaman “pilotos de fracking”, para aclimatar esta modalidad de extracción petrolera, sabiendo los fatídicos daños ambientales que esta práctica conlleva.

La licencia ambiental ha demostrado que solo funciona para favorecer grandes capitales sin importar los daños para el futuro. La minería ilegal y el narcotráfico se abrazan en los bosques abandonados por el Estado. Los alzados en armas, de las denominaciones que sean, y el gobierno se necesitan para justificar su existencia. El prestigio y la credibilidad del Ejército y la Policía cayeron a un escusado de hoyo.

Todos contra todos botando babas para supuestamente defender los bienes del Estado. Imagino la emberriondada del médico Micolta, de Guamo, que hace más de 50 años denunció los daños de la fumigación que ahora por intereses deferentes al bienestar de los colombianos vuelven a imponer para joder más a los del campo.

Calentamiento global, guerra nuclear amenazando el mundo y aquí nos la hacen con Chiribiquete, Santurbán y Galilea como si no hubiera dolientes. Claro que se le da una mano con la corrupción, en la que nadie nos gana.

Es hora de levantar la voz, de protestar contra los que destruyen bosques para aumentar sus áreas de explotación, así tengan que exterminar indígenas y desaparecer fuentes de agua.

Ñapa-* Por estos lares ya se le abre calle de honor a la delincuencia cultural que exige se les permita acabar con el Festival Folclórico.

¡Poco falta para que nos obliguen a cantarles el Aire tupal!

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