Del amor y otros demonios

En medio de la tormenta pública que se agita alrededor de la Fiscal General de la Nación, sólo una verdad surge y se mantiene incontrovertible según ella: el amor.

No de otra manera se puede explicar, el comportamiento por demás inoportuno de contraer nupcias con su antiguo y polémico compañero a los pocos meses de estar en ejercicio de tan difícil y complicada labor judicial.

Y obvio, igual de desatinada la decisión del esposo, quien ha vivido “peligrosamente” en el conflictivo y macondiano mundo de violencia que azota hace décadas a Colombia.  

El amor desató tempestades con rayos y centellas, quizás nunca imaginados por los famosos contrayentes, que no debieron calcular objetivamente el despelote enorme que traería consigo una noticia, que en otras circunstancias, no pasaría de una momentánea mención en las páginas sociales de los medios de comunicación. De haberlo podido predecir, de seguro, habrían demorado unos cuantos meses o años, la apresurada boda.

Pero, ninguno de los dos es bobo. Y ahí, esta el detalle. Inimaginable que con ese control público sobre la gestión de la Fiscal, al esposo se le ocurra tratar de meter las uñas en algún proceso, o que ella, trate de favorecerlo directa o indirectamente en algún caso determinado.

Todo lo contrario: algunas personas han opinado ser objeto de persecución por parte del ente acusador, precisamente por tener – o haber tenido- amistad con el cónyuge de la señora Fiscal. Y, resulta lógico predecir, que en esos eventos la actitud de la Fiscalía será más rígida. De ahí, que hasta el momento no exista alguna sindicación seria y creíble a la Fiscal por actuar indebidamente en el ejercicio de su cargo.

En lo que sí parece existir consenso, entre opositores y defensores, es en lo inoportuno del matrimonio, precisamente porque el esposo tiene un pasado objeto de apasionados cuestionamientos y la alta funcionaria un futuro de decisiones trascendentales para el país.

Sin embargo, la discusión se centra en precisar los límites de esas dos circunstancias: la de la vida privada y la del ejercicio de funciones públicas. Por primera vez en Colombia, se podrá abordar ésta discusión –ojalá con prudencia y sabiduría-  en esferas significativas de poder.

El desenlace jurídico e institucional de este romance es y será impredecible. Al cuestionado cónyuge se le abrió una verdadera caja de Pandora que amenaza involucrarlo de nuevo en engorrosos líos judiciales. Y en la sociedad colombiana, tan polarizada en estos momentos en las altas cumbres estatales, el asunto llega como un apetecible banquete para cobrar nuevas y viejas cuentas pendientes entre las fuerzas políticas en conflicto.

El precio del pulso será oneroso: renuncia de la funcionaria, pérdida de credibilidad en sus funciones, cuestionamientos permanentes a su gestión, graves líos judiciales del esposo, pueden ser entre otras, dolorosas salidas finales.

Ahí radica parte importante del debate, es decir, precisar si la Fiscal puede cumplir justa y eficientemente sus funciones, a pesar de su entrañable y cuestionada relación conyugal.  Hasta ahora, la Fiscal ha demostrado que puede separar los dos temas. Pero el costo ha sido altísimo...por aquello de los otros demonios.

Credito
Camilo A. González Pacheco

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