Sin umbral para los egos

Una nación que cuente con partidos políticos serios, conceptualmente bien definidos, organizados, con estructuras internas participativas, de seguro, puede afirmarse que vive en permanente construcción y vigencia de la democracia integral como forma de orientación social y también de vida cotidiana.

Colombia no ha tenido, ni tiene y se demorará lamentablemente un buen tiempo en tener partidos serios y estructurados en la vida política nacional. 

Colombia lo que ha tenido -con el nombre de partidos- son grandes empresas esencialmente electorales en busca del poder, para conquistarlo por largo tiempo con el propósito esencial de consolidar y aumentar su fuerza electoral. 

Obvio, han expresado –hablamos de los que han tenido el poder- los intereses económicos de las oligarquías y bajo su sombra se han acumulados gigantescas fortunas provenientes de manera legal e ilegal de los recursos públicos y han generado pobreza, miseria y miles de muertes en la población colombiana.

Otra de las características de los mal llamados partidos en Colombia, es que han sido eminentemente caudillistas. 

El partido Conservador, por ejemplo, no se puede explicar ni entender sin la presencia actuante desde mediados del siglo pasado de Laureano Gómez y Mariano Ospina Pérez, heredado luego por Álvaro y Enrique Gómez Hurtado y Misael Pastrana, y los nuevos delfines de esas casas ya bastante conocidos. 

En el Partido Liberal, otro tanto: herederos de los López, los Lleras, los Turbay, también han decidido -¡y de qué manera- sobre la vida y pasión electoral de la colectividad roja.

Por los lados de la izquierda, más que empresas electorales han existido sectas políticamente marginales. En el siglo pasado, hasta bala se dieron, defendiendo unos los supuestos milagros de desarrollo en la Unión Soviética de Stalin y otros los de China con Mao a la cabeza. Pues bien, con la Constitución de 1991 se buscó superar ese desastre ante la inexistencia de organizaciones políticas serias y estructuradas, y se propuso una vía gradual de evidente presión constitucional para alcanzar la vigencia de los partidos en la escena nacional. 

La experiencia arrancó bien, por cuanto obligó –sobre todo a la izquierda democrática- a unirse para competir electoralmente frente a sus poderosos contradictores. 

Ahora, la torta se volteo y varios e importantes dirigentes de la izquierda democrática están en peligro de inminente muerte electoral.

La condición especial de la izquierda de ser marginal electoralmente, llevó a varios de sus principales dirigentes nacionales a crear el Polo como alternativa de supervivencia política. 

Y les fue bien, en las primeras salidas electorales. No supieron sortear las inexorables y necesarias diferencias que deben existir al interior de los partidos democráticos, y algunos de ellos –por demás prestantes e importantes lideres- resolvieron cargar al hombro su propio y pesado ego y aventurarse a construir nuevos partidos con pocos resultados favorables. 

Un poco tarde están entendiendo, que para los egos no existe umbral, pero sí para los partidos. Y que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Credito
CAMILO A. GONZÁLEZ PACHECO

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