La venda de la justicia

Camilo González Pacheco

La imagen emblemática de la Dama de la Justicia en nuestra nación es la misma de la diosa romana, con ojos vendados, balanza en una mano y espada en la otra, que se exhibe con respeto en gran número de Tribunales y Juzgados en el mundo. En la Corte de Old Bailey en Londres, decidieron quitarle la venda de los ojos. En Colombia, debemos mover -no quitar- esa venda y bajarla un poco: de los ojos a la boca. Así como estamos, hoy por hoy, la Dama de la Justicia en Colombia -como en ninguna otra parte del mundo- tiene la venda, la balanza y la espada, pero con un micrófono y una cámara de televisión al frente.

Dictar sentencias teniendo como primer sujeto de notificación a la opinión pública, ha sido una práctica que peligrosamente se ha convertido, de cuando en cuando, en manejo cotidiano de algunos de los representantes más emblemáticos de la rama judicial colombiana. En la Corte Constitucional, por ejemplo, varios de sus más trascendentales fallos se conocieron a partir de comunicados de prensa que enunciaban el sentido del fallo, y sólo después de varios meses se podía conocer el texto completo de la sentencia. También, altos jerarcas de la Rama Judicial, han incorporado por sí y ante sí, la facultad que no está consagrada constitucionalmente, de opinar de manera permanente acerca de los temas más taquilleros que agitan a diario la opinión pública nacional.

El Procurador General de la Nación pontifica a diario -sin ser de su competencia- sobre ética, filosofía, y sobre todo teología moral apoyado, no en la Constitución Política de Colombia, sino en el catecismo del Padre Astete. El Fiscal General de la Nación reparte zurriago a diestra y siniestra contra sus antecesores institucionales y sus cuestionadores periodísticos, sin que esa fatua tarea tenga algo que ver con eficiencia y eficacia en investigación criminal. El Presidente de la Corte Suprema de Justicia, en nombre y representación de la Corporación, opina favorablemente sobre asuntos relacionados con la gestión del Presidente de la República y de inmediato es desautorizado por sus colegas. Como se puede observar, el micrófono y las cámaras de T.V. perturban el silencio y la serenidad de muchos de los más encumbrados funcionarios judiciales, que antes se percibían prudentes, sabios y solemnes, cobijados solo por una negra y venerable toga, sin afán de notoriedad publicitaria alguna.

Si bien es cierto, que las corrientes de pensamiento en el terreno jurídico provenientes de Francia, Italia, Estados Unidos, España y Alemania han moldeado en gran medida las bases fundamentales de nuestra institucionalidad, parece que en el terreno de las formas y los estilos, algunos de los altos jerarcas judiciales colombianos poco han aprendido del comportamiento austero y sereno de los magistrados de allá, que permanecen anónimos en sus despachos cumpliendo su trascendental labor de impartir justicia. Lejos del mundanal ruido: sin cámaras de televisión en su entorno ni micrófonos abiertos en el centro de sus escritorios.

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