Mujer y poder

Camilo González Pacheco

A lo largo de los siglos, la mujer ha tenido una relación de inferioridad, opresión y subordinación respecto del hombre. Por mucho tiempo, fue considerada su propiedad y a su disposición. Para unos autores, esta situación se produjo como consecuencia de la aparición de la división del trabajo y la propiedad privada.

Durante el comunismo primitivo, la mujer era muy valorada por el misterio que implicaba la procreación; el parentesco era matrilineal; se desempeñaba en agricultura y por ello tenía un papel preponderante en la economía. Con la aparición de la propiedad privada, el derecho materno fue sustituido por el paterno; la propiedad comenzó a pasar de padres a hijos y no de las mujeres del clan. En este enfoque el sistema de clases y la división sexual del trabajo es la principal causa de la desigualdad entre hombres y mujeres.

Pero, otras miradas difieren de la anterior tesis dado que no da una respuesta al problema de la desigualdad, en tanto la mujer ha sido sojuzgada en todo tipo de sociedades, en atención a que el patriarcado, como lo define Cecilia Amorós, es un sistema meta estable de dominación, que se adapta a todos los modos de producción y formas de organizaciones sociales. El capitalismo solo fortaleció la subordinación femenina. Concluyen estos análisis que la desigualdad radica en la estratificación de géneros y no en la división de clases, donde la cultura juega papel esencial. Corolario de lo dicho, es que la discriminación contra la mujer es universal.

La sexualidad y los roles de género son construcciones culturales, por ello la propuesta para eliminar la discriminación contra la mujer, es una profunda revolución cultural, la transformación de las relaciones hombre – mujer, lo que implica eliminar papeles sexuales obligatorios.

Esta gran revolución cultural ya ha dado grandes pasos. Desde Olympe de Gouges, quien redactó la Declaración de los derechos de la Mujer y Ciudadana, parafraseando los del hombre, y denunció el olvido de las mujeres en su proyecto de igualdad y libertad por los líderes de la revolución francesa, hasta la Convención sobre la Eliminación de todas formas de discriminación contra la mujer, para citar solo dos ejemplos.

Pero, regresando al presente, falta muchísimo. La mujer sigue siendo víctima de violencias y discriminaciones descaradas y sutiles en los entornos privado y público, mucho más, si es pobre; su cuerpo es botín de guerra y la violación se ha usado como estrategia; apenas hemos superado el vergonzoso infanticidio y conyugicidio por honor, honor masculino obviamente; el enfoque de género en los tribunales es nuevo. Por ello la furia que destila “El violador eres tú”, expresa esa justa indignación.

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