De Irlanda a Colombia

Camilo González Pacheco

La Fiscalía General de la Nación acaba de revelar un dato criminal escalofriante: cada día mueren 17 personas a manos de sicarios. Tanto la Fiscalía como algunos medios de comunicación consideran esta modalidad homicida, en auge en Colombia, México, Venezuela y Ecuador. La denominan, “asesinatos por encargo” y al sicario, -llamado también asesino o gatillero a sueldo, pistolero, “asesinos profesionales”- lo definen como una persona que mata a alguien por encargo de otro, gustos o conveniencia, y por cuya desalmada tarea recibe un pago.

Articulados en verdaderas empresas criminales, constituyen redes de sicariato que imperan a su amaño en varios lugares de la geografía nacional. En reciente editorial, El Tiempo resaltaba cifras dadas por la Fiscalía, según las cuales, en 2019 de los 12.277 homicidios cometidos en Colombia, 6.466 casos fueron cometidos por sicarios. Cali y Medellín siguen llevando la delantera de todos los municipios y ciudades del país en esta carrera criminal.

Y otro dato pavoroso: los sicarios por lo general son jóvenes, en edades comprendidas entre los 14 y los 23 años. Jóvenes, casi siempre, desempleados. Sin futuro ni esperanza. Atrapados existencialmente en la cotidianidad del delito. Así las cosas, el sicariato constituye un negocio de la mayor perversidad criminal. Se compra y se vende la vida, nada más ni nada menos. Los sicarios, aquí, allá o acullá en cualquier lugar del mundo, y época, son personas de frialdad sorprendente para matar.

Ahora bien, miremos una reciente cara cinematográfica de este espantoso crimen. Se trata de la película “El Irlandés”, nominada al Óscar de este año, y considerada por entendidos del tema como la mejor película de 2019, dirigida y producida por Martin Scorsese y referida a gánsteres gringos. Con protagonistas históricos de lujo como De Niro, Al Pacino, -para citar solo dos emblemáticos- cuya pasmosa serenidad para asesinar, en algo y en mucho lo deben identificar con los sicarios colombianos. En especial, por la jerarquía vertical de las organizaciones criminales con sus propios procedimientos para dirimir conflictos y rivalidades. Y, claro está, su conexión con la vida política de cada país.

Ojalá en la JEP, por estos días, se puedan conocer detalles de algunos acontecimientos que enlutaron al país hace algunos años, cuando el sicariato enlutaba casi a diario a la nación colombiana, y era utilizado, no solo para cobrar cuentas criminales, sino también como instrumento delincuencial para propiciar e impulsar el ascenso político electoral de funestos personajes de la vida política nacional. Algún día, los colombianos, quizás más temprano que tarde, podremos conocer la verdad sobre estos funestos acontecimientos. La verdad, constituye la puerta de entrada a ese oscuro y tenebroso túnel histórico.

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