La crápula utopía

Guillermo Hinestrosa

Todos reflexionamos sobre la vida y si hay o no un propósito en ella, desde tres ópticas principales: religiosa, filosófica (política) y científica. La religión sacraliza valores universales como solidaridad, caridad (amor en su sentido más amplio), el anhelado deber ser. La política los seculariza modelando utopías sociales, fijándole límites al poder, propiciando el bien común.
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La ciencia se refugia en la investigación, las evidencias, la prueba y el error. Las tres son visiones complementarias. Clérigos, médicos, comerciantes y campesinos profesan una fe, adhieren a un movimiento político y han recibido una educación que ha moldeado su visión personal. No somos una nación laica mas sí un Estado Laico. Llegamos tarde. Hasta 1991 consagramos en nuestra carta: “Se garantiza la libertad de cultos. Toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión y a difundirla en forma individual o colectiva. Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley.” En treinta años el catolicismo bajó del 95% al 78%, los protestantes subimos del 3% al 15%, otros cultos 4% y personas sin religión 3%. Ninguna tradición tiene privilegios y es mejor así: nada más detestable que un Estado que imponga una única manera de pensar. Recordemos que la Inquisición española fue instrumentalizada por tribunales de justicia, al servicio de la monarquía. Pero de ese 3% ha surgido un movimiento “nihilista - social bacano” (anarquistas de coctel pagados por el Estado), que aboga por la erradicación de todos los cultos y su influencia en las instituciones. Acusan de ignorantes y cavernarios a quienes difieren de sus posiciones sobre el aborto, las múltiples identidades de género, la legalización de las drogas, ninguna con soporte científico. Carlos Gaviria, su iluminado profeta, inoculó en la Corte Constitucional el virus del “nuevo constitucionalismo”. No se trata ya de gobierno de los jueces, sino de someter el Estado al arbitrio de los abogados. Una ideología que en tierra de leguleyos alienta excesos como el que paso a referir:  

En febrero pasado comentaban en la radio el caso de una mujer de 23 años que decidió abortar en el séptimo mes de gestación. El repudiado novio presentó una tutela para proteger la vida de Juan Sebastián, nombre convenido para el hijo que esperaban. Félix De Bedout le salió al paso preconizando la autonomía de la mujer sobre su propio cuerpo; su inalienable derecho a que la EPS le sacara el bebé, pero muerto.

El desconsolado padre argüía que su expareja no pudo concebirlo sola, cuando Julito lo cortó para escuchar a un obstetra decir que la cirugía era de alto riesgo: la criatura debía ser trozada dentro del vientre para no dejar mácula en el pubis angelical de la renegada madre. Un oyente indignado proponía la adopción única, en favor del padre, como alternativa al homicidio. Imposible un acuerdo que respetara la vida: “¡No pueden encarcelarla a una por mutilarse una oreja o hacerse extirpar un tumor…!” sentenciaba una abogada feminista, experta en Derechos Humanos. Jamás sabremos cómo Profamilia asesinó a Juan Sebastián. Amparados en el precedente judicial, el juez de tutela se abstuvo de proteger a la criatura y la Fiscalía de investigar un crimen típico, antijurídico, premeditado y flagrante. ¿Estado laico? ¿Neutralidad ante las religiones? Una cosa es preservar el espíritu pluricultural de la Constitución y otra irle agregando vanguardias ideológicas a tutiplén. Un ejercicio de vanidad académica que confunde la legitimidad de defender al delincuente con el disparate de imponer su código amoral como norma obligatoria para la “chusma cristiana”.

GUILLERMO HINESTROSA

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