Tanto va el cántaro al agua

Guillermo Hinestrosa

No tiene nada de malo pensar en grande, cumplir sueños, ser ambiciosos. Es el mantra que repetimos desde que la caída del muro de Berlín derrumbó el comunismo. El capitalismo triunfó y pudo mostrar su verdadero rostro. Se despojó del ropaje con el que fue presentado en las instituciones educativas y los libros de Historia, desde la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad. También de su ética cristiana, católica o protestante: austeridad, solidaridad, trabajo duro. El bienestar derivó en consumismo, la cultura en farándula, el deporte en religión y la política en clientelas. Todos, negocios de fábula, que hasta ayer creíamos indestructibles.
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El bombardeo ha sido implacable sobre las nuevas generaciones, educadas con pénsumes laicos y sin utopías solidarias creíbles. El descrédito del socialismo y los proyectos políticos colectivos revivió el individualismo. Un deseo de ser emprendedores, autónomos, independientes. El neoliberalismo económico y sus ideas libertarias sustituyeron la social democracia como alternativa al agónico marxismo totalitario. Cambiamos los ideales políticos por proyectos personales: hacer dinero, tener poder, ser famosos y populares.

La carrera es desigual. La pista es más larga para los que salieron de escuelas y universidades públicas, que para los estudiados en colegios bilingües y las universidades Javeriana o de los Andes. No obstante, la política, como el boxeo y el fútbol, ha jugado un papel nivelador. Un eficaz ascensor social que atrae a personas sin privilegios. Si bien los salarios no se compadecen con las enormes responsabilidades, da la oportunidad de servir, de contribuir al desarrollo económico y social, lograr que los más necesitados mejoren sus condiciones de vivienda, salud y educación. Ofrece estabilidad, seguridad y es un refugio para personas altruistas, pues la Administración Pública no tiene ánimo de lucro.  Pero es también un riesgo para las almas ingenuas manipuladas por clientelas cuyo propósito es el enriquecimiento personal. Todos sabemos de ministros, senadores, alcaldes y exfuncionarios con rosarios de investigaciones pendientes; exdirectores de institutos en la noria de procesos disciplinarios, penales y fiscales: un hoyo negro que devora sus patrimonios. Se los cruza uno en la calle y apenas levantan la mano. No hay mucho qué decir. Una sonrisa basta para espantar fantasmas de secretos develados en expedientes, relaciones rotas, reproches de los seres queridos por haber ignorado las alertas que les muestra el destino a siervos y señores. Señales que la vida enciende para que tengamos presente que el poder es fugaz, que hay que desconfiar de loas, obsequios y agasajos.

En la mayoría de los casos la prueba ha sido para bien. Encerrados en una celda, la pieza de un hospital o la física ruina; acosados por temores y quebrantos, advertimos una luz para vadear el reino de este mundo, siguiendo un sendero estrecho, acatando una moral superior, construyendo una fe. Sortear la epifanía espiritual es una hazaña. Una proeza trágica y sublime. Luces y sombras, cimas relucientes y abismos sombríos. Negamos las evidencias, aplazamos la toma de decisiones, maldecimos a opositores y críticos que nos han estudiado al detalle, anticipan nuestras falencias y advierten el campo minado en el que nos movemos despreocupadamente.

Ojos abiertos oídos despiertos, rezaba el lema de un viejo noticiero. Por eso algún fulano propuso que todos los Entes Oficiales se acojan a los pliegos tipo de Colombia Compra Eficiente. Una manera de proteger a los atolondrados servidores públicos que insisten en empedrar el camino que conduce al Infierno.

GUILLERMO HINESTROSA

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