No es tiempo de morir

Guillermo Hinestrosa

“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”, nos recuerda el Eclesiastés, y pasa a enumerar momentos clave que viviremos todos los humanos: Tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de cosechar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de esparcir piedras, tiempo de juntar piedras, etc. Los griegos acuñaron tres expresiones para referirse al tiempo: cronos, kairós y tánatos.
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Cronos: se refiere al aspecto cuantitativo, las horas los días y los años, que no son iguales. Desconocemos el orden de los acontecimientos, la importancia de los dilemas y si tendremos la lucidez para decidir bien. Nos azoran las opciones negativas, pero en la vida hay que aprender a decir no, a desechar lo que no funciona, sacar los frutos podridos, romper las relaciones tóxicas; abrir la mente, probar soluciones heterodoxas, así los astros parezcan desalineados.

El enigma de tomar buenas y oportunas decisiones fue llamado por los griegos kairós. A diferencia de cronos, es un concepto cualitativo. Se refiere al momento justo, oportuno, eficaz. Los teólogos cristianos lo denominan “el tiempo de Dios”; el instante propicio, la idea a la que le llegó su momento. Para Aristóteles es hallar «el momento y contexto adecuado en el que la prueba debe entregarse». En otras palabras, exponer la evidencia de manera contundente para persuadir en política o al juez. Los sofistas veían en él una ocasión para la demagogia y el oportunismo.

Pues bien, no se requiere ser un genio para comprender que vivimos tiempos difíciles. El planeta está enfermo y su infección somos nosotros. Despojamos a los tiburones de sus aletas, a los rinocerontes de sus cuernos y rajamos las iguanas para robarles sus huevos, ingredientes con los que preparamos bebedizos supuestamente “afrodisíacos”; les disparamos a las aves migratorias por el placer de verlas caer y luego ser rematadas por perros de raza alimentados con concentrado de carne de caballo.

Cortolima, nuestra flamante autoridad ambiental, entre natillas y villancicos de 2019 encontró el momentum para comprometer presente y futuro de los recursos que está llamada a proteger: las aves, peces, mamíferos, bosques y el agua del río Saldaña, del que beben muchas comunidades e irriga 13.400 hectáreas, expidiendo la licencia ambiental a una mina de oro que revolcará en su cuenca 2´500.000 metros cúbicos al año.

El Delegado Ambiental de la Procuraduría, en el Tolima, dejó vencer los términos para recurrirla. El 11 de mayo Usosaldaña le solicitó al Procurador General usar el poder preferente de intervención, pero alguien en Bogotá delegó en el funcionario omiso la respuesta a sus inoportunas gestiones. Señaló la ausencia de audiencias públicas en las comunidades indígenas afectadas, fallas estructurales del Estudio de Impacto Ambiental y demás vicios de la resolución que están en mora de demandar.

La otra acepción alusiva al tiempo es tánatos: personificación de la muerte, el instinto autodestructivo, la agonía del enfermo y el placer de quien la propicia. Es lo que sentimos con el río Saldaña y su ecosistema de producción agropecuaria, gestado desde 1948 por Mariano Ospina Pérez. Si hay una obra pública por terminar es el Triángulo del Tolima. Las nuevas 22.000 hectáreas que irrigará el Saldaña diversificarían nuestra oferta alimentaria, permitiéndonos paliar ese catastrófico 25,1% de desempleo. He ahí uno de los proyectos de tipo Keynesiano que necesita el país y que lo harán pasar a la Historia del Tolima, presidente Iván Duque Márquez.

El oro es incompatible con el agua y con la paz. No es sino mirar las comunidades de Caucasia, el Bagre, Frontino, Tarazá; los ríos Cauca y Atrato, donde campean extorsionistas, lavadores de dinero, proxenetas y grupos armados, atraídos como moscas por el fuego oropelado del vil metal.

He vuelto al tema porque no es tiempo de callar, ni de morir, sino de decirle NO al oro y un SÍ rotundo a la vida, la comida y la naturaleza.

GUILLERMO HINESTROSA

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