Años dorados

Guillermo Hinestrosa

A raíz de mis recientes columnas en este medio, una querida amiga me reclamó por lo aburrido que me he vuelto. Otro, un masón intelectual, dijo con la ceja levantada que estaba cogiendo un tono predicador y pastoral. Llegué a mi casa preocupado y le conté a mi mujer: - Tienen toda la razón, la cantaleta es para los hijos.
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Deberías dedicarte a leer todos esos libros sin abrir, ofrecerte como cantante en un grupo de veteranos amantes del rock en español, aprender a cocinar, lo que sea, pero ¡ocúpate pronto! -, respondió.

Luego de haber cotizado 2.100 semanas, conducir tres horas diarias en el tráfico de Bogotá, sobrevivir a tres crisis financieras, metas comerciales y de utilidades en diversos bancos, debería uno dedicarse a cosas lúdicas: deporte, música, vino, escribir las fabulosas novelas que esperan salir a la luz (la anterior fue un auténtico éxito que batió todos mis récords: ¡regalé casi quinientas!)

Pero la mente es rebelde y el encierro forzado no brinda las libertades creativas que uno quisiera. La “loca de la casa”, tuvo la ocurrencia de volver al ingrato oficio de escribir columnas de opinión. La adrenalina es una adicción con recurrentes síndromes de abstinencia. Tendré que ir al psiquiatra para que me formule algo, o iniciarme en el yoga y la meditación. Desocupar la mente, olvidarme del tema del siguiente artículo y concentrarme únicamente en la respiración. Pero cuando iba a exhalar recordé el crimen de George Floyd. Mi esposa dijo: -“Relájate, no viniste a salvar el mundo. Tómate un vaso de agua y recomencemos el ejercicio. Voy obediente a la pluma, me echo un sorbo, recuerdo el cianuro que correrá por el majestuoso Saldaña, me atraganto, toso y recibo un regaño por el aerosol de gotículas. Me tomo un sedante y duermo como un lirón.

Me despierto, voy al baño y cuando regreso con el calorcito de la pijama de dulce abrigo, para seguir durmiendo, encuentro la cama tendida. Son las 7:00 de la madrugada. No lo puedo creer. Qué falta de consideración. No hay caso discutir. Sin pronunciar palabra me da a entender que así ha funcionado desde el principio, ¿por qué cambiar? ¿Será que un frustrado sancocho de murciélago va a alterar la armonía de un matrimonio que superó la caída del Muro de Berlín, el cambio de milenio y las alcaldías de Moreno Rojas y Petro?

Salgo a leer a la biblioteca. -“Doctor, por favor suba los pies para barrer el piso”. A la media hora oigo el zumbido de la aspiradora, subo el volumen de la música clásica y de repente siento el roce del PVC por todo el contorno de mi cuerpo. Imagino la capa invisible de polvo que se esconde bajo mi rastro y me levanto lanzando “Á la Recherche du temps perdu” (tomo I) a la porra. Las mil páginas rebotan tumbando las galletitas que son aspiradas con sevicia. Miro a mi mujer con odio y le digo: ¡Déjame en paz!, hace treinta años que no leo alta literatura en francés! Su sonrisa maternal me desarma. Debo hacerle caso, mejor Charly García. Ya no podré chicanearle a Carlos Orlando diciéndole que leí a Proust en su idioma original. La plática del exceso de equipaje en Avianca se perdió.

Me pongo en pie y escucho la sentencia: -“Mucho cuidado, ese trapo es el mismo de ayer”. Respondo que está limpio y riposta: -“Usted tiene que hacerle caso el presidente Duque, no puede salir a la calle repitiendo tapabocas”. Respondo que el presidente no es médico, y con cara de tragedia me dice que al pobre le diagnosticaron glaucoma. Pongo mis ojos como platos y agrega: “Lee a María Isabel Rueda”.

Se me ilumina la mente. Sonrío y le explico que la visión de túnel es una metáfora de la periodista, para expresar que Duque no piensa en economía, empleo, ni macroproyectos; solo lavado de manos y distanciamiento social, como si solo fuéramos a comer, beber, respirar y dormir covid 19 todo su cuatrienio”.

Responde aliviada: -“Menos mal no está enfermito. ¡Pero al menos ya tienes tema para la próxima columna!”

GUILLERMO HINESTROSA

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