Cuadremos el triángulo

Guillermo Hinestrosa

Mircea Eliade, erudito pensador, novelista e historiador de la religión, estudió los mitos de diversas culturas y le dio a dicho concepto una nueva perspectiva sociológica. Desestimó esa idea arrogante de la Ilustración que los consideraba acontecimientos sacralizados por sociedades arcaicas, que deformados devinieron dogmas de una humanidad primitiva.
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Yendo más allá del concepto religioso dijo que ellos expresan un modo de ser en el mundo, una identidad grabada en el inconsciente individual y colectivo; el reflejo de valores, símbolos, actitudes identitarias de un grupo, clan o nación. Nuestra vida moderna, más política que religiosa, está plagada de ellos. Los neoliberales invocan la ciencia económica como respaldo de su ideología, los socialdemócratas los valores de igualdad y solidaridad. Cada ideología se aferra a sus mitos, tabúes y puntos de honor.

La tenencia de la tierra es el origen de casi todas las violencias en la historia de Colombia. Los españoles expoliaron indígenas, los criollos a encomenderos españoles. William Ospina nos cuenta en su novela Guayacanal, que la colonización del Viejo Caldas, norte del Tolima y el Valle la hicieron arrieros antioqueños en la inmensa concesión Aranzazu, clan familiar que defendió a sangre y fuego sus títulos sobre la Cordillera Central. En pleno Siglo XXI tenemos seis y medio millones de hectáreas abandonadas por campesinos desplazados por narcos, mineros ilegales y grupos emergentes que azuelan el campo con sus bandas de sicarios.

Se han incautado dos millones de hectáreas a delincuentes de toda laya, pero nadie se atreve a hablar de reforma agraria, ni de impuestos a la propiedad rural, porque proponer un tránsito del feudalismo a la agroindustria es considerado subversivo y comunista. Seguimos en la era feudal. La mitad de las tierras no tienen títulos, pero la cuestión agraria es un tabú en el debate político colombiano. Un asunto vedado, peligroso.

Llegó la hora de cambiar el fracasado modelo productivo. La política de sustitución no podrá consistir en entregarles cinco vacas y veinte gallinas a las familias restituidas. Según el Igac (2017), la ganadería ocupa más tierra de la que debería: 14 millones de hectáreas, aunque solo 2,7 millones son aptas para tal fin. El ganado está devorando los ecosistemas estratégicos y las áreas más productivas para cultivar. No obstante, la carne que consumen en todos los cruceros y resorts del Mar Caribe recorre diez veces la distancia que hay entre Santa Marta y Santo Domingo. Proviene de Uruguay. Así lo consigna el macroproyecto Diamante Caribe financiado por el BID y presentado por Findeter en 2014, para orientar las inversiones y darle competitividad a la ganadería de la costa norte colombiana. El plan incluía plantas de sacrificio, frigoríficos, cadena de frío, desarrollo agroindustrial del valle del Magdalena, distritos de riego, navegación por el río y puerto. Hoy reposa en anaqueles.

A principios de los años setenta la agricultura representaba el 20% del PIB, hoy no alcanza al 7% e importamos trigo, soya, maíz, frutas, alimentos procesados, comida que podríamos producir para disminuir la dependencia alimentaria, ahorrar dólares y generar empleo productivo en el campo. 

El Tolima tiene una exitosa tradición agrícola. Nuestras universidades podrían transformar el Triángulo del Sur del Tolima en un proyecto Zidres, para proponerle al gobierno la incorporación de Coyaima, Natagaima y Purificación. Articulemos el trabajo de Agencia Nacional de Tierras con la Agencia para la Reincorporación y la Normalización que maneja el consejero Emilio José Archila. Unidos departamento, parlamentarios, universidades, comunidades y municipios de la cuenca del Saldaña, con el apoyo del presidente Duque, podremos construir un aporte efectivo a la verdadera Paz.

GUILLERMO HINESTROSA

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