Que tu mano derecha sí sepa lo que hizo tu izquierda

Guillermo Hinestrosa

La denominada derecha política nace del fervor de quienes hicieron las revoluciones americana y francesa, luchando por una república laica, garante de los servicios de justicia, seguridad y protección de las fronteras. Desde un comienzo quiso limitar el Estado a la prestación de estas tres funciones esenciales, considerando que las desigualdades eran la consecuencia de diferencias naturales de personalidad e inteligencia, que solo la inventiva y el esfuerzo personal podrían recortar.
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La izquierda surgió entre obreros, campesinos y artesanos para hacerle contrapeso a ese credo político dominante. Abogaron por límites a la jornada laboral y el trabajo infantil, el descanso dominical, el voto igualitario de las mujeres, etc. Educación pública gratuita, vacaciones remuneradas, y seguridad social fueron conquistas sociales conseguidas en países liberales, como los Estados Unidos, que luego se extendieron al mundo entero por la acción de partidos reformistas que ganaron el poder, fruto de la alternancia democrática. El inocultable progreso social logrado por occidente, con todos sus defectos y virtudes, es una construcción conjunta de derecha e izquierda democráticas. El legado de sus mejores prácticas, vigentes hoy en USA, Europa, Rusia, Japón, Latinoamérica, etc.

Valga decir, que el proceso no ha cesado: el cambio climático y la era postcovid plantean enormes desafíos que exigen nuevos ajustes a las instituciones, las políticas públicas, tributación y alocación de recursos. También, que ningún progreso fue conseguido por generación espontánea ni dádivas de regímenes totalitarios. Occidente estuvo a punto de sucumbir ante los nazis. A sangre y fuego intentaron imponer su dictadura castrense con una agenda de hegemonía nacional, supremacía racial, comandos armados al servicio de un partido, fraude electoral, pena de muerte sumaria, misoginia, homofobia, etc. ¿Les suena familiar este discurso?

Woodrow Wilson y Franklin Delano Roosevelt, presidentes demócratas, frenaron la expansión alemana en la Primera y Segunda Guerras mundiales; Churchill y De Gaulle, conservadores, enfrentaron con decisión fascistas y nazis y los derrotaron a un costo de sesenta millones de muertos. La democracia triunfó. No obstante, Churchill perdió las elecciones con los laboristas, la IV República francesa llevó al poder a socialistas coaligados con otros partidos, y Ludwig Erhard (padre del milagro económico alemán) implantó una “economía social de mercado”, que logró en la postguerra tasas de crecimiento superiores a las conseguidas por China en la última década, con mayor equidad. El comunismo se derrumbó el 1989 sin el disparo de una salva, derrotado por Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Juan Pablo II, con el poder moral de las libertades individuales y la eficacia social de la libre empresa.

Pero el fantasma del fascismo ha renacido en el siglo XXI y no podemos soslayarlo. ¿Sus enemigos? Negros, chicanos, latinos, judíos, inmigrantes de Oriente Medio y Asia. Su discurso, atizar el miedo al socialismo, del que acusan al Partido Demócrata de Wilson, Kennedy, Roosevelt, Clinton y Obama. Su estrategia, mentir en las redes sociales, con la certeza que nadie se tomará en trabajo de verificarlo. En Colombia pululan sus ciegos seguidores. Para la muestra un botón: el denostado Obamacare (15% de cobertura en USA), no les da a los tobillos de la Ley 100, propiciada por Álvaro Uribe para implementar un Sistema de Seguridad Social Integral en Colombia, con 90% de cobertura. Si Trump repite, imagino la entusiasta acogida de los rubios oficiales gringos, cuando lleguemos a Inmigración luciendo en nuestras caritas de papa criolla una gorra bordada con la leyenda: “América First”. Nuestro ingenuo pasaporte ideológico para gozar el sueño americano.

GUILLERMO HINESTROSA

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