Elogio a la vejez

Guillermo Pérez Flórez


Tengo un amigo que el año pasado se montó en la idea de que lo más conveniente para el país y para la región, hablando del Tolima, sería que los jóvenes asumieran el mando. “Los jóvenes, su vitalidad y carácter guerrero, hacen que Colombia tenga un gran futuro”, declaró en una entrevista. En privado fue más cáustico: “Nosotros, me dijo, ya no pudimos. Hay que darle paso a la juventud. Solo servimos para hablar cháchara”. Respetuoso como soy de las opiniones ajenas, me limité a decirle que ni la juventud era una virtud, ni la vejez un defecto.
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La semana pasada, otro querido amigo, que también reside en el exterior, con quien conversaba sobre los episodios vandálicos contra el Capitolio en Washington y la política norteamericana, me lanzó este comentario: “Desde Kennedy nos vienen vendiendo juventud sobre experiencia. Me gustaría que fuera lúcido el gobierno de Biden para que la experiencia vuelva a ser opción de poder en todas partes. Soy de los que cree que gobiernos estables no necesitan arrojo juvenil sino sabiduría”. Fíjense ustedes que en materia de visiones y perspectivas hay para todos los gustos. Su afirmación cobró más fuerza al ver a Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, que cumplirá 81 años, liderando la destitución de Donald Trump a quien le ha hecho oposición por considerarlo terriblemente peligroso para la democracia. A pesar de su edad no le tiembla la voz ni la mano para defender sus ideas y un futuro del que inevitablemente no hará parte. Sin duda, un ejemplo inspirador. Está en el Congreso desde 1987. Le hizo la vida imposible a George W. Bush, se opuso casi solitaria a la guerra en Irak, y defendió a capa y espada las reformas sociales de Barack Obama. En 2007 se convirtió en la primera mujer en presidir la Cámara. La horda de descerebrados de QAnon quiso asaltar su oficina, pero no la lograron amedrentar.

Tener que optar entre juventud o madurez es un falso dilema. Algunos defectos como la mediocridad, la megalomanía o la falta de perspectiva histórica de ciertos jóvenes no se corrigen por el simple paso de los años. Hay casos palmarios. El zorro pierde el pelo, nunca las mañas, reza el adagio. Entonces, ser viejo tampoco es una virtud per se, ni ser joven un defecto. Sin embargo, en situaciones de crisis profundas como la que vivimos, la madurez y la experiencia son activos que se revalorizan. La situación es peliaguda. Muchos jóvenes se están quedando sin futuro, devorados por el desempleo y la revolución tecnológica. No les dan oportunidades porque no tienen experiencia, y no tienen experiencia porque tampoco han tenido oportunidades. No pocos de quienes han logrado entrar a las universidades están desertando, unos por razones económicas, otros desmotivados ante el desolador ejemplo de ver compañeros que han terminado sus carreras y contemplan con estupor y angustia su desolado cartón profesional.  

La prudencia, la sensatez, la responsabilidad suelen aumentar con los años. Necesitamos escuchar a los viejos de la tribu. Quizás sean ellos quienes nos salven. Dicen que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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