Los primeros 38 años

Guillermo Pérez Flórez

“Un hombre de estado que no sabe de la naturaleza es como un físico que ignora las matemáticas”. La frase es de Carl Linneo y fue pronunciada en 1749 en el Castillo Real en Suecia, ante las majestades Adolfo Federico y Luisa Ulrica de Prusia, y las altezas reales, el príncipe heredero Gustavo y la princesita Sofía Albertina, de nueve y seis años, respectivamente. Linneo les dijo a los futuros reyes: “Altezas, sin ciencia los demonios del bosque se van a esconder en cada arbusto y los fantasmas nos van a atemorizar en cada esquina oscura. Duendes, monstruos, ogros, espíritus de los ríos y demás miembros de la banda del cruel Lucifer van a vivir entre nosotros, como gatos pardos. La superstición, la brujería y la magia rondaran entre nosotros, vuestros súbditos suecos, cual sombra maligna”.
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No conocía la frase. Se la escuché a Nelson Osorio en una conferencia magistral sobre Mutis y Linneo, pronunciada en Mariquita el año pasado. Ha vuelto a mi mente, con ocasión de los 38 años de la Segunda Expedición Botánica que se cumplieron ayer. El 7 de agosto de 1982, al tomar posesión como presidente de la República, Belisario Betancur dijo: “Propongo a los organismos del sistema regional la formulación de una carta ecológica que convoque el consenso de los gobiernos, y que Colombia impulsará con el inicio de una Segunda Expedición Botánica, testimonio de gratitud al sabio Mutis, el cura gaditano que redescubrió nuestra alma y alumbró nuestra libertad”. Betancur quería que se retomaran los trabajos que botánicos y pintores comenzaron, tras descubrir que en estas tierras existían especies florales que brillaban más que el oro, los cuales plasmaron sus pintores en cerca de siete mil láminas, dos mil de ellas pintadas en San Sebastián de Mariquita, el lugar en donde Mutis y su equipo llevaron a cabo buena parte de la Real Expedición Botánica.

Han pasado 38 años y vale la pena interrogarnos si hemos estado a la altura de los desafíos. Autocríticamente, pienso que no. Que ni siquiera valoramos la trascendencia de la enorme gesta mutisiana realizada en nuestro suelo, ni hemos sido capaces de escuchar y de entender el clamor de una naturaleza agredida por nuestro propio accionar. En los años 80 del siglo pasado no se hablaba de cambio climático, aunque ya eran ostensibles sus manifestaciones. Es verdad que se han expedido cantidades de leyes y de decretos, que se han aprobado y ratificado decenas de tratados ambientalistas, pero la destrucción de la naturaleza  no se detiene. El bosque húmedo tropical de Mariquita, por ejemplo, declarado reserva natural protectora en 1960 por el gobierno nacional, apenas le han puesto pequeños parches, y amenaza convertirse en un bosque seco, que es la antesala para transformarse en un desierto. Esta es una historia que, de alguna manera, nos retrata de cuerpo entero.

¿Cómo persuadir a nuestros líderes de la importancia de la ciencia, de la cultura y de la protección del medio ambiente? La reflexión me surge al mirar hacia atrás y contemplar la velocidad con la que pasa el tiempo, y saber que sería inútil amenazarlos con duendes, demonios y ogros, con los que cariñosamente atemorizó Linneo a las tiernas altezas reales de Suecia.

GUILLERMO PEREZ

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