La muerte de los samanes

Guillermo Pérez Flórez

Enseñan en las escuelas de periodismo que noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro. Cambiemos la máxima: noticia no es que un hombre mate a un árbol – porque esto sucede a diario con miles de árboles – sino que un árbol mate a un hombre, tal como sucedió en Ibagué el pasado 27 de abril. Sin embargo, la muerte de este pobre ciudadano, Andrés Felipe Góngora, ha pasado a un segundo plano, pues la respuesta inmediata de la Alcaldía fue sacar la motosierra y sin el “debido proceso” talar cinco samanes.
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Todo esto parece una caricatura, en realidad es una tragedia que tiene muchas aristas. Comenzando por la falta de previsión de quienes estaban realizando intervenciones de las especies arbóreas. Según versiones de prensa, no había señalización ni restricción de tránsito, y de conformidad con un testigo, un trabajador estaba taladrando la raíz del árbol. 

De estos hechos se podría derivar un proceso contra el Municipio (o la entidad encargada), y ser condenado a pagar una indemnización a la familia de la víctima, se acordarán de mí. Ahora hablemos de la reacción de la Alcaldía, que sin ningún estudio de expertos y sin fórmula de juicio corta de tajo los árboles vecinos. Fue una decisión irracional. Todo parece indicar, a juicio de los entendidos en la materia, que esos samanes no estaban enfermos ni constituían riesgo. Con esa misma lógica, no sería extraño que un día de estos nos despertemos y no tengamos ocobos en la Plaza de Bolívar o sobre la carrera Quinta. No se extrañen.

El alcalde de Ibagué en su infancia tuvo que haber visto muchas películas del oeste americano, pues tras conocer la tragedia desenfundó y disparó sin fórmula de juicio. “¡Tumben esos árboles ya!”, lo imagino diciendo. El hecho lo retrata de cuerpo entero. Es un hombre de arrebatos y ligerezas no solo éticas y morales sino verbales, como cuando alegre e irresponsablemente dijo, al inicio de la pandemia, que en la ciudad podrían fallecer 36.855 personas.  

La ciudad no tiene agua, no tiene vías, no tiene empleo, no tiene movilidad, no tiene espacio público, no tiene ornato, ni una gerencia pública técnica y transparente, y este señor amenaza con dejarla sin árboles. ¡Ánimo alcalde! Usted puede, seguro que puede. Está a punto de entrar en la historia como el alcalde de la motosierra.

La noche del pasado viernes, visité el lugar de los hechos en compañía del candidato a la vicepresidencia, Luis Gilberto Murillo y de otros amigos. Había allí una silenciosa atmósfera de tristeza, dolor e indignación por la muerte de los samanes. Me pareció estar en un velorio, y es que era un velorio. Había artistas, biólogos, ambientalistas, paisajistas, patrimonialistas, historiadores y ciudadanos comunes y corrientes, todos estaban de duelo. La mayoría de personas hablaban en voz baja y se miraban unas a otras como en busca de alguna explicación razonable.

Espero que este episodio nos deje al menos una enseñanza. La importancia de cuidar los bienes comunes, de manera particular el más importante bien, nuestro patrimonio ambiental. Y señores y señoras: ojo al proyecto del centenario. Algo me dice que en medio de todo esto hay gato encerrado.

GUILLERMO PÉREZ

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