Paz, justicia y amarillismo

Guillermo Pérez Flórez

Comenzó esta semana el cese al fuego y de hostilidades entre el Estado y el Ejército de Liberación Nacional (Eln). Una noticia positiva, opacada por el escándalo generado con la investigación a Nicolás Petro y a su exesposa, Day Vásquez, por presunto enriquecimiento ilícito y lavado de activos. Y es triste que así haya sido, pues se trata de un esfuerzo por ponerle fin a un conflicto armado de 60 años, que nos ha dejado miles de víctimas.
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Esta semana, igualmente, falleció Malcolm Deas, el ilustre historiador anglo-colombiano, que dedicó su vida a estudiar a Colombia y a tratar de entenderla. La noticia me llegó en el momento en que me encontraba repasando la entrevista que le hice en octubre de 2020, en la cual planteó una tesis que suscribo totalmente: la de que el conflicto armado con las Farc duró tanto tiempo porque durante las primeras décadas nunca afectó a Bogotá, y que las elites lo vivieron como algo remoto, como si ocurriera en otro país. Es exactamente, lo mismo que sucede con el Eln, pese a que esta guerrilla, a diferencia de las Farc, no nació impulsada por campesinos arrastrados por la violencia política, sino por estudiantes y sacerdotes románticos que inspirados en la revolución cubana buscaban justicia social, y cuya cantera principal fue la Universidad Nacional, en pleno centro de la capital. Aun así, se vivió con indiferencia. De hecho, los propagandistas de la guerra siempre aconsejaron no negociar con ella porque supuestamente era una guerrilla al borde de la extinción.

Este tríptico de hechos me permite volver sobre una vieja reflexión: uno de los graves problemas de Colombia es la forma como se mira y maneja el país desde Bogotá, con desdén hacia la provincia y la periferia. Los medios de comunicación bogotanos le dieron mayor despliegue al show político de la Fiscalía con la captura del hijo del presidente, que al cese al fuego con el Eln. Se sabía de antemano que esa medida duraría hasta que se presentaran ante un juez de garantías. Hubiera podido citarlos. La única razón de capturarlos era golpear al presidente Petro, opacar el proceso de paz y darle carnaza al periodismo amarillista que marca la agenda mediática. Como si lo importante fuesen los sentimientos del padre sobre el hijo, o los del hijo sobre el padre, o los de la exesposa. Es triste reconocerlo, pero la esencia del periodismo bogotano, y eso arrastra a la política, es el chisme. Ha sido así siempre. Desde cuando la historia se escribía a partir de cuentos de alcoba y de las rivalidades sexo afectivas de nuestros próceres. Que la política colombiana está descompuesta hasta los tuétanos es incontrovertible. ¡Quién puede negarlo! Pregúntenle a Germán Vargas, o a César Gaviria, o Álvaro Uribe, al Partido Conservador o al de la U., ahora aliado estratégico del prístino Nuevo Liberalismo.

Averigüen en Aguachica, Barrancabermeja, Becerril, Bojayá, Buenaventura, Caucasia, Ipiales, Istmina, Ocaña, Puerto Carreño, Puerto Inírida, Socorro, Tame, Tibú, Tumaco, Arauca o Yopal, cuál noticia es más importante. Ojalá que el Eln entienda este momento, y no se le vaya a ocurrir una audacia delirante. Sacar adelante este proceso es una prioridad nacional, como lo son, vuelvo a insistir, una reforma política y electoral, y una reforma a la justicia para despolitizarla, principalmente a la fiscalía. ¿Y del periodismo amarillista? Ya hablaremos.

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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