El desafío de la seguridad

Guillermo Pérez Flórez

Un simple repaso al estado de la seguridad en América Latina permite afirmar que el asunto va de mal en peor. Lo de México es dramático. En los últimos veinte años, la tasa de homicidios no ha hecho más que aumentar. En el 2000 era de 8.1 por cada 100.000 habitantes. Hoy es de 29. La de Colombia es del 12.3, y comenzando siglo de ¡¡67.68!! Ocho veces más que México, para esa misma fecha-
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¿Qué pasó en el país Azteca? En estas dos décadas se convirtió en el principal lugar de tránsito y producción de drogas ilícitas, y la delincuencia organizada diversificó su portafolio de actividades como la extorsión, el secuestro y el robo de combustible. Los golpes dados a los cárteles de las drogas en Colombia contribuyeron a que los mafiosos mexicanos, aprovechando la cercanía a Estados Unidos, se quedaran con la parte gruesa del negocio. En otras palabras, y en un ejercicio de hipersimplificación: el cartel de Sinaloa reemplazó al de Medellín. El Chapo Guzmán a Pablo Escobar. Por supuesto, la pesadilla no paró allí. En esas dos décadas, se jodió El Salvador

. Parte de su territorio es controlado por la Mara Salvatrucha, una organización criminal que nació en California, integrada por jóvenes inmigrantes centroamericanos, actualmente con presencia en EEUU, México, Honduras, Guatemala, España, Italia y Portugal, y en algunos países de Suramérica. Un caso de crimen transnacional, subestimado en su momento. La crisis de El Salvador es de tal dimensión que produjo un fenómeno político llamado Nayib Bukele, con miles de admiradores en Colombia, que con mano de hierro y violaciones de derechos humanos ha logrado bajar la tasa de homicidios a 7.8 por cada cien mil habitantes y reducir las extorsiones.

Ahora bien, si por México y El Salvador llueve, por Ecuador, Venezuela, Honduras y Brasil no escampa. ¿Cuál es la razón de esta endemia? La consolidación del narcotráfico como eje que nuclea la criminalidad organizada, que encuentra en la exclusión socioeconómica de jóvenes, a quienes se les ha robado el futuro, una cantera de muchachos y muchachas dispuestos a todo, a robar, matar, violar, secuestrar y explotar sexualmente personas.

En Bogotá la cosa se ha puesto color de hormiga, con la banda criminal denominada el ‘Tren de Aragua’, que delinque también en Perú y Chile. En Colombia hicimos esfuerzos para quitarles los jóvenes a las guerrillas. Y casi lo logramos. El problema es que se los quitamos a éstas, y se los entregamos a la delincuencia que azota no solo grandes ciudades, sino municipios de tamaño medio, como Espinal o Mariquita con extorsiones y cobros del gota a gota.  

La seguridad no consiste en más policías, más cámaras, más cárceles, drones y globos aerostáticos. No. Todo eso es un negocio. Un ansiolítico para calmar los nervios, transitoriamente. La verdadera política de seguridad, y la más eficaz, es dar oportunidades a la juventud para que estudie, emprenda, cree y trabaje. En otras palabras, para que tenga un proyecto de vida. Mientras solo ofrezcamos desocupación, informalidad o éxodo, como en Ibagué, por ejemplo, la seguridad irá cada día a peor. Bogotá está muy cerca, y el Tren de Aragua… también. Más vale no equivocarse. Hay que devolverles la esperanza a los jóvenes, muchos de los cuales no desean ni siquiera estudiar, porque sienten que no vale la pena. Ese es el verdadero desafío.    

 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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