Dignificar los oficios y las artes

Guillermo Pérez Flórez

Si se pudiera hablar del “sueño colombiano”, uno de sus componentes sería cursar una carrera universitaria y ser “doctor”. Así fue hasta hace unos pocos años. Obtener un título profesional era comprar un pasaporte para el mundo laboral y asegurarse ascenso social. Los esfuerzos de miles de padres de familia se concentraron en darles educación superior a sus hijos.
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¿Cuántos profesionales tiene Colombia? No lo sé con certeza. Según Bard, la inteligencia artificial de Google, 13,5 millones, de los cuales 12,7 millones tienen un título de pregrado y 800 mil de posgrado. Sin embargo, tengo mis dudas, pues significaría que el 27 % de los 50 millones de colombianos son profesionales. Aunque Bard da como fuente al DANE, no estoy seguro de su fiabilidad, pues me ha dado tres respuestas con cifras diferentes. En cualquier caso, es un número importante. Esto, por supuesto, es un triunfo del país. El problema es que un porcentaje grande de los profesionales está desempleado, en situación de precariedad laboral y con baja remuneración. En 2021, un estudio del Politécnico Grancolombiano reveló que cuatro de cada diez desempleados eran profesionales. Todo un drama. La economía está haciendo trizas el paradigma de ser “doctor”. Actualmente, no garantiza trabajo ni estatus. De allí el descenso en la matrícula. Cada vez hay menos gente dispuesta a gastarse cinco años para ser desempleado o estar mal remunerado.

Ahora bien, dicho sueño corrió en paralelo con el menosprecio hacia los oficios y las artes. Estudiar cocina, ebanistería, modistería o ser electricista, peluquero o maestro de obra no daba estatus. Y ni pensar en ser artista. Eso de hacerse músico, pintor, bailarín o estudiar artes escénicas valía solo para “fumados” sin aspiraciones. ¡Qué equivocación tan grande! Los oficios y las artes son un océano de oportunidades. Es algo que descubre la diáspora colombiana cuando se instala en el llamado “primer mundo”, en donde quienes los ejercen gozan de remuneraciones decentes. Cada día surgen oficios nuevos. Pilotaje de drones, edición de videos, manejo de redes sociales, diseño gráfico y, ahora, un centenar de cursos derivados de la inteligencia artificial, con programas de tres años y de menos. Parte del secreto está en que son sociedades menos clasistas, en donde el médico, el plomero o la niñera se encuentran en las salas de teatro, en el Metro o en el parque del barrio y se miran como iguales.

Dignificar los oficios y las artes debe ser un propósito. En la orfebrería, la joyería y la artesanía, existen muchísimas posibilidades. Uno de nuestros tesoros más preciados es el Quimbaya, que está en el Museo de América de Madrid. Toda persona que va al Museo del Oro en Bogotá alucina. Sin embargo, es paradójico que no se estimule el estudio de estas disciplinas. No conozco universidades colombianas que impartan orfebrería y joyería. Las universidades deberían volver sus ojos hacia este mundo, como lo han hecho en España las de Barcelona, la Complutense de Madrid, la de Sevilla; en Italia el Instituto Europeo de Diseño (joyas); en Francia la Escuela Superior de Artes aplicadas y oficios; o la Universidad de Artes de Londres. Adiós al paradigma del “doctor”. Alabados sean los oficios y las artes, que pueden contribuir a mejorar competencias y habilidades, y hacer que el mundo funcione mejor. 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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