Lo que pasó y lo que viene

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Salimos de las guerras con armas, tan destructivas como sus fabricantes, para llegar a una guerra biológica de origen al parecer tan desconocido como el amor a la patria de los que se oponen a la verdad sobre la violencia en el país. Normal en una sociedad en la cual es más importante el dinero que la vida del ser humano.
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Las guerras dejan lecciones difíciles de ocultar por quienes consideran que es mejor pasar por alto el pasado para justificar los malos pasos en el futuro. Dicen que las pandemias han sido anunciadas, hasta las mencionadas en textos sagrados, y siempre han cogido a las víctimas fuera de base y a los gobernantes que salen con medidas improvisadas, cuando no con disculpas exageradamente pendejas.

Sin irnos muy lejos miremos lo que pasa con la organización de nuestro sistema de salud: un despelote total gracias a la comercialización de la salud de los colombianos que nos dejó la Ley 100/93. La salud se volvió un negocio y pueden acceder a ella los que tienen recursos económicos, desorganización, falta de honestidad, negocio con los medicamentos, pauperización y desempleo para los médicos y demás personal del sector salud, improvisación e intentos de arreglar lo que no se pude solo con carreta. Esto plantea, por ejemplo, la necesidad de mandar esta famosa Ley 100 a que la manejen los genios del Centro de Memoria Histórica para ver si entierra las dos vainas de un solo viaje.

Los chinos nos hicieron caer en cuenta de algo ya sabido, que el presupuesto alcanza para los ladrones de cuello blanco pero no existe para auxiliar a los indigentes, que aumentan como el temor de los que sabemos a la verdad, porque es parte de un pasado que es mejor ignorar para tranquilidad de los creadores de la violencia que les ha dado tanto poder económico, social y político. De pronto nos damos cuenta que necesitamos educación a todos los niveles si quieren un país sin tanta injusticia y abandono del campesino, del indígena, del indigente, del anciano, del detenido en cárceles de tortura y de las víctimas de los negociantes de la justicia que tienen su cortina de humo para los chanchullos que mueren como las investigaciones de los que sabemos y disfrutan jodiéndonos.

Y hablando de desastres avisados y tolerados, Villarrica vuelve a la memoria, en estos días de cuarentena. Un pueblo y una región que fueron víctimas de la violencia oficial, aliada con hacendados y pájaros. Masacres, bombardeos, asesinatos, campos de concentración, incendios, niños huérfanos tirados al abandono en ciudades, destrucción de viviendas. Arrasaron lo que les vino en gana, le pagaron bien a los criminales y silenciaron a muchos periodistas. Muchas memorias sueltas pero que a duras penas circularon entre pocos amigos escondidos pero ninguna investigación oficial. Son muchos los sobrevivientes que cuentan con lágrimas lo ocurrido. Mucho por hacer sin los politiqueros que han utilizado el sacrificio de su pueblo y sin que meta los pies y las manos el Centro de memoria.

HÉCTOR MANUEL GALEANO ARBELÁEZ

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