Hijo de la Violencia

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Ahora que estamos hablando de verdad y memoria de la violencia, quiero compartirles el testimonio de una mujer ejemplar, perseguida y desplazada.
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Cuando comenzó el tiroteo salí por la cocina y corriendo llegué a la alberca, me acosté en la plancha y me tapé con ropa sucia. Al rato, gateando, me metí a la acequia de las aguas negras sin tocar el rastrojo y me arrastré hasta la quebrada. Me juagué un poco para quitarme el mal olor y arranqué a correr quebrada abajo sin acordarme que estaba por parir.

De vez en cuando oía el grito “se nos voló la hijueputa gorda” y más rápido corría hasta que amaneciendo llegué al pueblo a buscar a la Mona Carmen, la enfermera del puesto de salud. Me atendió con cariño y mirando con ternura al niño me decía: Este berraquito va a ser su mano derecha en la lucha por la vida de la familia.

Por algo se salvaron, porque no dejaron ni un vivo. Al regresar del almuerzo me entregó unos pañales y unos vestiditos pa´l güipa, dizque enviados por unas señoras del pueblo, que se lo pasan pendientes de los más jodidos, costumbres que se ha ido perdiendo. A Don Manuelón, por ejemplo, le avisaban que una de sus reses se había matado y de inmediato daba la lista de los pobres que podían ir por carne, con la condición de que no le dañaran el cuero para hacer rejos. Todos colaboraban y nadie intentaba robarse un pedazo de carne.

A los tres días del parto yo ya estaba de nuevo a cargo de la gallera de Arturo Gómez y con mi chinito terciado en un costal colgado de la puerta de la pieza, hasta donde llegó un gallero, un día de desafío, a calzar un gallo. ¡Tranquila señora!, que no le despertamos el chino y no nos demoramos mucho calzando mi Toche. ¿Si es un gallo para qué le dice Toche? Por el nombre de mi vereda, cerquita a la Humareda, de donde nos sacaron corriendo los Chulavitas y los pájaros que llevaron Jorge Camacho y Abundio. Cuando en la charla me preguntó si tenía familiares en Bogotá y le dije que no, de inmediato me dijo aliste sus corotos, que me regreso mañana y me la llevo a conocer los parientes que tiene en el 20 de Julio de Bogotá.

Allá llegamos todos los desplazados de Santa Chava. Don Adriano que era de la Humareda, montó una tienda grande, administrada por Care Mula y atendida por paisanos. El viejo le ayudó a muchos a montar sus negocios. A Congolito le ayudó a montar la relojería. De ahí salió el reloj para la rifa que hicimos  para patrocinar la participación del Gato Arango en una vuelta a Colombia. Hicimos un bazar que fue una fiesta. Hasta Olivo y Julio Rincón llegaron a tocar. Se vivió  como una fiesta en nuestro pueblo.

Así tratamos de acercarnos, de tenderle la mano al que está jodido. Le colaboramos a los que estudian. En el mes de mayo solo faltan los mineros y sus ratos donde Rosa Pineda. Las inocentadas, los aguinaldos y el año viejo se celebran como en el pueblo. Solo nos faltan Murreco y Ranchoefique. Lo cierto fue que encontré familia y amigos. Inicie con una venta de fritanga y ya voy con mi tercer restaurante, atendido por universitarios compañeros del berraquito que la Mona Carmen dijo que iba a ser mi mano derecha.

Ñapa. Andan diciendo por ahí: “En el barrio Llano Verde a cinco niños mataron. Los diarios saben la causa pero nunca lo informaron. Es que el barrio se atraviesa en los planos de una obra. Pa´ pasar las maquinarias, el Llano Verde les sobra. Quieren hacer una vía pa´ fomentar el turismo. Pero con esa pobreza, el turismo no es lo mismo.

Y por eso el terrorismo, pa´ que la gente se asuste y hagan su desplazamiento gústeles o no les guste. Ahí al lado del matón pillaron dos vigilantes, enterrando a las criaturas pa´ decir que están perdidas. Porque en Colombia  hay un plan de tamaño y magnitud. Oro y plata pa´l gobierno. Plomo pa´ la juventud. En Llano Verde se añora a los muertos inocentes. Viva el niño Luis Fernando, viva el niño Jair Andrés. Vivan Leider, Josmar y Alvaro José”.

HÉCTOR GALEANO ARBELÁEZ

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