Más de lo mismo

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Estamos como en los años treinta del siglo pasado. Con las diferencias entre los partidos y los agarres por ganar para tratar de acabar con los contendores, buenos y malos; unos con la cruz y otros acusados con hoz y martillo. Ganó Enrique Olaya Herrera y arrancó la violencia contra los perdedores, principalmente en Santander y Boyacá.
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Pero esto no fue el inicio de lo que comenzó con el famoso descubrimiento de estas tierras, que arrasó con la población indígena y su cultura, sin meternos con la aparición de los dioses y las religiones que todavía sostienen agarrones de fanáticos dueños de la verdad, parecidos a los criminales que al pasar unos días de sus crímenes, resultan dando cátedras sobre ética, moral y amor a la Patria, como los ejemplos que dan la Corporación Festival Folclórico, el 8.000 Samper, Saludcoop Montealegre, el del negociado con el lote de la Coral Ciudad Musical que ahora figura en la nueva tumbada con vivienda para periodistas, los necrófagos que patentan el Sanjuanero y la panela, Invercolsa Londoño, los expertos en comerciar votos, los que legislan pensando en llenar sus bolsillos, los que piden premios por darle al Tolima el primer puesto en “elefantes blancos”, los que aplauden la carencia de ética de los jefes conservadores del Tolima, los que todo lo hacen para ocultar la verdad sobre la violencia en el Tolima y los que venden milagros en subastas públicas.

Y para no desentonar, siguen las masacres que para el anterior ministrico de defensa se camuflaban con calzoncillos de colores colgados  en alambrados y para el actual, que salió un simple chorro de babas para tumbar a Maduro, son simples homicidios colectivos. Todo sistemático. Fríamente calculado. Las mafias siguen de fiesta y nosotros pagando caro por el miedo a protestar y divulgar los crímenes que cometen en nuestras narices.

Por algo armaron el escándalo por la tumbada de la estatua en homenaje al primer secuestrador de América, Sebastián de Belalcázar, quien en Cajamarca (Perú) amigablemente invitó al Inca Atahualpa a una reunión en la cual lo secuestró con su comitiva y exigió un rescate de dos piezas o habitaciones llenos de  oro y plata, que al ser pagado, devolvió su promesa de liberarlo, asesinando al emperador indígena y sus compañeros.

Los indígenas del Cauca  que luchan por su  cultura no pusieron el grito en el cielo sino la estatua de Belalcázar en el suelo. A lo mejor no faltó quien recordara que cuando conducían por las calles de Popayán  a Manuel Quintín Lame, amarrado con rejos, un prohombre de Popayán -familiar de la Paloma Valencia- se le acercó para golpearlo varias veces en la cara. Recuerdos de pronto pendejones que nos ponen a mirar hacia atrás, antes de condenar a quienes traen a la memoria hechos que explican mucho lo que soportamos. Ni para qué mencionar el periodismo fletado y el de aquella periodista que en procura de una chiva paraca, resultó ensayando tiro teniendo como blanco un guerrillo amarrado a un palo. Vainas del común, más o menos bien guardadas, y que sirven para tratar de entender a los que le tienen tanto temor a la verdad.

HÉCTOR GALEANO ARBELÁEZ

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