Destruyendo

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

El hombre siempre ha vivido en guerra, por la tierra, por el dinero, por ídolos, por dioses. Ha pasado por faraones, reyes, dictadores y una tracalada de tramadores sedientos de sangre y de poder. Todo vale. Eliminar al que piensa distinto o tiene algo que quitarle. Sacrifica a sus semejantes y destruye la naturaleza. Salta de dioses a políticos y de ideologías, inventándose la adoración a lo inexistente y el culto al dinero, despreciando la vida del ser humano y la naturaleza.
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Siempre han existido pretextos para hacer guerras; religiosos, políticos, económicos, racistas o lo que sea para esclavizar pueblos, destruir civilizaciones y para dominar a los menos poderosos, entre otros. Las naciones se organizan para incrementar la venta de armas, para defenderse de enemigos imaginarios o reales, pero nada hacen para el logro de la paz, para no afectar su gran negocio. Pero para la paz, la unión sincera entre los pueblos para alcanzar la conciliación, la solidaridad y el buen vivir, nada.

Una pista para saber por qué se ha mandado la ética al carajo. Si se mira la situación en Colombia en los últimos cincuenta años, se puede encontrar, algunas similitudes en las diferentes etapas de violencia que hemos vivido. La violencia se convirtió en herramienta política de terratenientes, mafiosos y politiqueros de medio pelo que tienen el poder y legislan en su beneficio. Y hoy más que nunca está presente en nuestro diario vivir.

Por eso cada mañana antes de conocer cuántas personas murieron a causa del virus, sabemos que fueron asesinados varios compatriotas líderes campesinos, o indígenas, o desmovilizados de la guerrilla, o que vuelven los panfletos con amenazas de muerte, buscando el desplazamiento forzado y el control de los territorios por parte de los violentos, como ocurrió recientemente en el corregimiento del Salado en los Montes de María.

Y desde la lógica de los violentos y sus intereses, es fácil advertir que les sobran razones para oponerse a la paz, ignorar la ética y tratar de entretenernos con pendejadas, sin pararle bolas ni a la vida ni al medio ambiente tan abandonado en el Tolima en donde se insiste en acabar con varios ríos, especialmente el Luisa, el Totare y los que salen de los cerros de Calambeo, sin que rebuznen las autoridades ambientales. Se insiste en deforestar a Calambeo para darle espacio a torres eléctricas y a moles lobas de apartamentos que acaban con el paisaje, las fuentes hídricas y la fauna silvestre.

Como los recursos hídricos subterráneos de la Meseta de Ibagué y vecindario están en peligro, se hace una colecta para el monumento al salvador de Cortolima, que espera la gerencia de una de sus hidroeléctricas. Por lo menos se debe acordar que desde sus oficinas observaba cómo la Martinica pasó de monte a rastrojero.

HÉCTOR GALEANO ARBELÁEZ

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