Un colombiano en Miami

Hermógenes Nagles

Como seguimos en semi cuarentena de coronavirus, nos toca a los columnistas de prensa seguir ocupándonos de referir anécdotas de lo que está ocurriendo en estos días de reapertura de actividades.
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En Washington el presidente Trump sigue cuidando su salud ingiriendo pastillas de Cloroquina e hidroxicloroquina. Él dice que ese es su santo remedio para no dejar decaer su sistema inmunológico. Sus médicos siguen aterrados, diciéndole cuidado presidente. No tome eso porque le da arritmia cardiaca y se nos puede morir.

El hombre, aparentemente luce bien, habla eso si super veloz, atropella palabras una tras otras, pareciera estar relatando un partido de béisbol. A Trump sí que se le nota la cloro-quina, dice mi hermana, Leyla. Pero Trump circunspecto y meditabundo que en su país muchos médicos lo están tomando como medida de protección ante el Coronavirus. El millonario Trump sufre de fobias a los gérmenes y bacterias por eso ha adoptado seguir ese riguroso y peligroso tratamiento.

Mientras tanto, en Miami la gente está feliz, relajada volviendo a sus trabajos, regresando a sus días de calor y de piscina, pero las estadísticas siguen disparadas, registrando aumento constante de enfermos y de fallecidos por causa del coronavirus, Covid 19.

El Centro de Prevención y Control de Enfermedades de los Estados Unidos dice que en un solo día el número de contagiados se ha llegado a triplicar. Una familia vecina de casa que tiene un negocio de servicios funerarios y de salas de velación me ha dado prueba fehaciente de cómo está de preocupante el panorama de la salud en la Capital del Sol. Mientras mucha gente sale de rumba a discotecas en Miami Beach y se resiste a usar máscaras protectoras en su cara, guantes y, para colmo de remate, no se bañan las manos y se besan locamente y hacen orgías en público, pues siguen expuestas peligrosamente a contraer el virus.

El propietario de esa agencia mortuoria confiesa que antes del coronavirus tenía tan solo una camioneta para trasladar los cadáveres que allí se llevaban a velación, ahora le tocó contratar un vehículo adicional. Dice, también, que antes en sus salas se velaban 3 difuntos, hoy se velan 9 y diez personas por día.

La semana pasada le advertí, respetuosamente, a la Cancillería de Colombia que abriera el ojo porque a través de los llamados vuelos humanitarios el gobierno del presidente Trump está deportando centenares de personas a distintos países, entre estos Colombia y lo más grave: indocumentados y presos de cárceles federales, la mayoría de estos contagiados de coronavirus.

Hoy mi modesta denuncia la ha salido a respaldar la Unicef y el gobierno de Guatemala. Han puesto también el dedo en la llaga acusando al Tío Sam de estarles entregando semanalmente 400 y 500 deportados y peor aún, niños que los meten a los aviones absolutamente solos. Estos menores son los mismos que con sus padres han estado concentrados en las zonas de frontera de México y Estados Unidos. A ellos olímpicamente los guardias les dicen cojan sus trapitos métalos  en  maletas y súbanse al avión. Centenares de chicos han sido llevados desde marzo hasta hoy a sus países de origen, Guatemala, El Salvador, Honduras. Por eso la Unicef ha puesto el grito en el cielo pidiendo que cesen esas deportaciones masivas de menores pues estos corren doble riesgo de contraer el virus: primero en los centros de detención de paso y después en sus propias comunidades.

En el caso de Colombia nadie ha creído mi cuento de que en un avión humanitario que salió de Miami el 30 de marzo entregaron paracos y otro tipo de reclusos que habían pagado pena en cárceles federales. La mayor parte de estos estaban contagiados de coronavirus y por lo tanto el gobierno americano los devolvió rapidito a su país. Todas las semanas siguen programándose más vuelos humanitarios. Yo estoy por creer que por esas deportaciones es que el gobierno reconoce que cada día se nota una progresiva propagación del coronavirus.

HERMÓGENES NAGLES

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