Campesinos y derechos

Hugo Rincón González

El campesino se puede llamar Gumersindo, Miguel o Jesús María. Puede vivir en cualquier zona del país produciendo alimentos que consumen en la ciudad.
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La mayoría en las peores tierras, las más abandonadas y olvidadas por parte del Estado. Casi siempre, sin condiciones para movilizar sus productos a los centros urbanos en dónde los esperan rapaces intermediarios para comprarlos, sin considerar en lo más mínimo, si estos productores que nos alimentan siquiera hacen lo suficiente para no perder en el negocio de cultivar la comida que necesitamos todos.

Se levantan temprano, mucho antes de que salga el sol, toman tinto y salen a sus parcelas a darle golpes a la tierra para hacerla producir. En muchas regiones, incluida la nuestra, han vivido azotados por la violencia que generan los grupos armados de todas las vertientes, incluidas las propias fuerzas armadas del Estado. En muchas ocasiones han sido expulsados perdiéndolo todo y aún así se han mantenido obstinadamente en el propósito de mantenerse en el campo haciendo lo que nadie sabe hacer como ellos, producir alimentos para abastecer a la gente que se dedica a otros menesteres.

Por estos días en donde se reivindica la solidaridad por la profunda crisis de salud pública que nos sacude, algunos los tildan de héroes anónimos que se matan de sol a sol para garantizar el alimento a las personas de las ciudades y cascos urbanos de todo el país. Se exalta su valor, su importancia fundamental y se les anima a que deben seguir con su trabajo pues de ellos dependemos casi todos.

Hoy en la situación que atravesamos queda claro, que más que el oro y la extracción de los minerales a cualquier precio lo importante es garantizar la soberanía y seguridad alimentaria. Podemos vivir sin muchas mercancías inanes pero no podríamos hacerlo sin comida, esa que algunos neoliberales dicen es mejor no producirla y traerla de los países extranjeros que sean más competitivos que nosotros en el sector agropecuario. Con este absurdo argumento se desprotegió a los productores agropecuarios y se privilegió la importación de alimentos.

En las crisis como la actual se ve claramente la importancia de la producción de alimentos. Más que caña para producir biocombustibles, requerimos producir panela. En vez de impulsar el fracking para exprimir el subsuelo contaminando las fuentes subterráneas, requerimos el agua para la producción agropecuaria que en la coyuntura nos demuestra ser más rentable. Cuesta más en los mercados el aguacate que el tristemente célebre “oro negro”.

Siendo tan estratégicos los campesinos en la producción de alimentos, es un exabrupto en estos momentos verlos perder sus productos. En las redes se observa que algunas personas solidarias ofrecen queso, leche, melón, plátano y frutas diversas que no han logrado salir a los mercados por las restricciones a la movilización y el estado de las vías. La comercialización sigue siendo su talón de Aquiles y el elemento eterno del círculo vicioso de su pobreza.

En el Tolima debería replicarse una experiencia que ya se promueve en otras regiones, es decir crear una mesa de abastecimiento y seguridad alimentaria, con el fin de realizar seguimiento, evaluación y control a la cadena de aprovisionamiento teniendo en cuenta los elementos de la producción, distribución y suministro.

En las regiones se debe garantizar la salud de los campesinos, el acceso a los insumos agropecuarios, el fortalecimiento de las organizaciones productivas, el mantenimiento de las vías para que saquen sus productos y éstos lleguen a las centrales de abasto, plazas de mercado y supermercados garantizándoles buenos precios.

Los campesinos son fundamentales para garantizar la seguridad y soberanía alimentaria de las regiones y el país, por ello es infame que un gobierno como el nuestro, no haya aprobado la Declaración de Derechos de esta población. Un documento que representa una serie de exigencias para los estados que la suscriban sobre su compromiso en implementar medidas para protegerlos y garantizar mejores condiciones de vida y trabajo.

Llamarlos héroes resulta vacuo y demagógico si no los defendemos y les garantizamos una vida digna, solamente así Gumersindo, Miguel y Jesús María encontrarán que su trabajo tiene un valor y un significado para los otros, empezando por el propio Estado colombiano.

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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