Campesinos: nada que celebrar

Hugo Rincón González

Ahora que acaba de pasar la celebración del día del campesino, la pregunta que se hacen quienes constituyen este sector social es ¿qué tenemos que celebrar?, y esto se podría indagar al cruzar el humor del caricaturista Matador, quien dibuja al poblador rural con una ropa raída, con botas de caucho y un azadón terciado, mostrando un rostro fatigado y con gotas de sudor que descienden desde su frente por el esfuerzo de su trabajo al producir y arrastrar una cosecha de frutas, mientras que la paloma de la paz se abraza a sus rodillas: una imagen lastimera y diciente de lo que le ocurre a quienes siguen manteniéndose en el campo.
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Los campesinos a quienes algunos llaman héroes porque son los que producen los alimentos que se consumen en los centros urbanos y son exaltados por los medios de comunicación, son una de las poblaciones más olvidadas, excluidas, violentadas y expulsadas de sus territorios. No sobra reiterar que son los que poseen menos medios de producción por el fenómeno que ha ocurrido hace décadas de concentración y extranjerización de tierras productivas en el país.

En muchas regiones se han visto impulsados a la siembra de cultivos de uso ilícito como medio de sobrevivencia, ya que éstos tienen mercado asegurado a diferencia de lo que ocurre con los cultivos tradicionales y de pancoger. Al olvido del Estado se le ha sumado históricamente la presión violenta de los grupos armados irregulares que a través de la presión someten a los campesinos a sembrar para mantener la oferta de la materia prima con la que luego se producen las sustancias alucinógenas.

En las zonas donde esto no acontece, se ven asfixiados por los problemas de comercialización. Sus cultivos se producen en las montañas alejadas, viven una odisea para transportarlos a los centros urbanos, donde los esperan los intermediarios con sus fauces abiertas que imponen los precios y deciden sobre los productos generados con tanto sacrificio. Como se expresa en un texto que circuló ampliamente, los campesinos son los primeros que se levantan a trabajar y los últimos que se van a descansar.

Se enfrentan a una deficiente y muchas veces ausente asistencia técnica. Han luchado históricamente por líneas de crédito a bajos intereses y largos plazos, pero se han estrellado con programas como Agro Ingreso Seguro y más recientemente la línea Colombia Agro Produce que beneficiaron a los sectores empresariales y terratenientes, dejándolos como siempre, viendo un chispero.

Además, a pesar de que la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 2018 adoptó la declaración de los Derechos de los Campesinos que plantea entre otras cosas: “Los Estados respetarán, protegerán y harán efectivos los derechos de los campesinos y de otras personas que trabajan en las zonas rurales”, nuestro país a través del flamante gobierno que tenemos decidió abstenerse y no acoger este fundamental documento.

Sin embargo, a pesar de estos hechos tozudos, el gobierno Duque en un acto de cinismo mandó a iluminar la torre Colpatria en Bogotá en honor a los campesinos. Frente a esto muchos se preguntan: ¿Por qué el gobierno se negó a comprar las cosechas en tiempo de pandemia? ¿Por qué se siguen favoreciendo las importaciones de alimentos? ¿Por qué no se avanza en una reforma rural integral que entregue tierras a los campesinos y a las mujeres rurales? ¿Cuál fue la razón por la que el partido de gobierno hundió en el Congreso el proyecto de vivienda rural? ¿Será mucho pedir que por una vez las castas políticas legislen pensando en los marginados del campo? ¿No será que se necesita más que una luz en un edificio que ni siquiera ellos ven?.

Seguramente las caricaturas de Matador tratando el tema campesino se seguirán repitiendo cada año, marcando más el deterioro de su personaje, mostrándolo más famélico, olvidado, marginado, desesperanzado y con una paloma de la paz en plena huida por los embates de una violencia fratricida que, si no se toman medidas serias, seguirá impertérrita en el campo.

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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