Malas prácticas

Hugo Rincón González

Hablando con un político en campaña para el Congreso de la República en estos días en que se aceleran las actividades proselitistas, me di cuenta de la enorme falta de educación política de la ciudadanía de nuestra región. Le pregunté directamente: “¿usted por qué quiere ser congresista? ¿Cuáles son sus propuestas? ¿Qué iniciativas liderará?”. Sus respuestas me dejaron atónito.
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Con pasmosa tranquilidad y sin palidecer me respondió que era la única persona interesada acerca de estas cosas. Nadie en el desarrollo de su campaña indaga por estos temas, los intereses que manifiestan las personas están alrededor de su aspiración a algún enganche laboral en una institución del Estado o por algún contrato donde poderse ganar un dinero. “Los convenzo con promesas y por el trabajo realizado por la gente que ya he podido ubicar”. Así de lapidarias fueron sus respuestas.

Esta conversación retrata fielmente las malas prácticas políticas utilizadas en estos tiempos electorales. Con una ciudadanía mayoritariamente en el desempleo y la informalidad, se dan las condiciones ideales para que esto ocurra. La gente no piensa en las propuestas de los candidatos a elecciones para el Congreso, ni cual es la razón de su aspiración y menos cuáles son los reales intereses que defenderán. La gente quiere resolver su problema particular así eso signifique perpetuar los fenómenos asociados al clientelismo y la politiquería.

Ahora que ha estallado nuevamente el escándalo de la excongresista Aida Merlano acerca de las malas prácticas en tiempos electorales para el Congreso, queda uno perplejo alrededor de las cifras reveladas por sus patrocinadores políticos: 12 mil millones le invierten a una campaña para el Senado. Por esta razón se ha vuelto común señalar que el Congreso de Colombia mayoritariamente está conformado por personas tremendamente adineradas que buscan un espacio en ese escenario de poder para hacer sus negocios. En nuestra región esto se dice en voz baja acerca de varios de nuestros honorables parlamentarios, seguramente con mucha razón.

En este escenario se da una lucha política desigual entre los aspirantes. Esto se viene denunciando hasta la saciedad. Hay quienes hacen campañas con todos los juguetes: vallas y pendones por todas partes, reuniones fastuosas con llenos en cada sitio por los estímulos que brindan de transporte, refrigerio y hasta rifas; mientras que otros, escasamente tienen una pequeña propaganda que reparten en sus correrías con uno que otro amigo solidario que los acompaña. A unos los financian los grandes contratistas, esperanzados en el retorno de su inversión a través de contratos con jugosas utilidades, y otros, promueven bonos de solidaridad, hacen rifas y se apoyan en las comunidades más vulnerables que sienten simpatía por ellos. Con esta asimetría manifiesta es difícil revertir las costumbres políticas, especialmente en un momento como el actual, donde un porcentaje importante de personas en el Tolima ni siquiera tiene para “los tres golpes” como coloquialmente se refieren a la comida.

Cambiar este estado de cosas es un enorme desafío. Se requiere de una intensa pedagogía para hacer entender que el voto es programático y que los congresistas a elegir este 13 de marzo deben tener unos propósitos claros y unos compromisos con sus electores en términos colectivos y no personales. El voto vale más que un tamal o una dádiva transitoria. No podemos seguir comprometiendo el futuro de nuestra región con aquellos candidatos que solo acuden a la gente en tiempo de elecciones y luego la olvidan. Es imperativo hacer un ejercicio electoral responsable y honesto que nos permita tener en el Congreso a los más éticos, capaces y sobre todo comprometidos con las causas de las comunidades más desfavorecidas. Así debe ser.

Hugo Rincón González.

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