Aquellos diciembres

Hugo Rincón González

Diciembre es un mes de evocaciones y recuerdos de los tiempos idos, que con toda seguridad no volverán. En Chaparral - Tolima, el pueblo donde nací, cada fiesta del último mes del año era una verdadera celebración. El día de las velitas era la ocasión de juntarnos con los amiguitos de la gallada para ir por las calles viendo los alumbrados de cada casa.
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La religiosidad era evidente en las familias y en cada andén se colocaban ordenadamente las espermas que se vendían en las tiendas. Las velas se iban consumiendo y nosotros caminábamos y caminábamos pendientes de su extinción para coger la parafina que iba quedando como residuo y hacer con ella figuras, muñecos. Puede parecer tonto mirado desde la distancia y el tiempo, pero era un gran programa mientras fuimos niños.

La navidad era una celebración esperada por todos. Se alborotaba el comercio del pueblo, no en las magnitudes de las épocas contemporáneas, pero sí era notorio el cambio. Recuerdo que en el parque y en la plaza de mercado se armaba una especie de feria donde se exhibían juguetes y confecciones para tentar a los posibles compradores. En mi memoria está aún presente las visitas que hacía con mis amigos y algunas veces con mi padre a mirar los posibles regalos del 24 de diciembre que la mayoría de las veces nunca llegaron.

Había música y villancicos por todos lados que sonaban en la radio, en algunas grabadoras y equipos de sonido. Los pesebres estaban presentes casi en cada residencia. Eran para todos los gustos. Algunos eran pequeños, con sus animalitos de plástico en un paisaje que se construía con quebradas, montañas y los infaltables reyes magos que se movían a medida que se acercaba el nacimiento del niño Jesús, hasta llegar al 6 de enero. En el pueblo, el más famoso, si mal no recuerdo, era de la familia Aguilar, una creación majestuosa, de gran tamaño y muñecos con movimiento. La gente hacía una especie de romería para observarlo y admirarlo.

El fin de año era el clímax de la alegría. Había quema de pólvora en el parque y muchas veces también en la plaza de mercado. Las familias se aprestaban a recibir el año nuevo con tamales porque en esas épocas no se estilaba la cena con pavo ni otras delicias que se disfrutan ahora. Cuando se acercaba la media noche, se esperaba el fatídico disco de faltan cinco pa’ las doce y entre lágrimas y besitos furtivos se recibía la nueva vuelta al sol que se iniciaba. Era sin duda todo un acontecimiento familiar que estrechaba los lazos y vínculos entre todos.

Recordando los tiempos bonitos de esas épocas, me sacude la nostalgia y la emoción por la llegada nuevamente de este mes donde se cruzan esas imágenes del pasado, un pasado lejano que se disfrutó con la inocencia de la niñez y los primeros años de la juventud en un municipio que aún era sano y no estaba sacudido por la violencia que luego se ensañó.

En la actualidad diciembre se vive distinto, es un tiempo para exacerbar el consumismo y consolidar el comercio. Sin negar su importancia para la activación de la economía, me quedo con la época para el reencuentro con los amigos, la unidad familiar y para añorar un mundo mejor con armonía, paz y prosperidad, escuchando la canción icónica de aquellos diciembres que nunca volverán.

 

 

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HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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