Quien reconoce su limitación, logra ver la luz de Dios

Jairo Yate Ramírez

« Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego?” Jesús respondió: No fue porque él o sus padres pecaran, sino que nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. 
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Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.” (Juan 9, 1-41). 

Alguien aseveró en la historia: Si no fuéramos tan ciegos, tan tercos, tan orgullosos, tan perfeccionistas, °°° nos dejaríamos guiar por las palabras sabias y eternas del Maestro de Nazareth. “Yo soy”. Él es la luz del mundo, es la razón de nuestro existir, es quien devuelve la vista a los que todavía siguen ciegos ante la verdad de Dios. 

El ciego de nacimiento, según el pasaje de la Sagrada Biblia.  Encarna el proceso de fe que hemos vivido los creyentes; el cual consiste en un reconocimiento gradual de Jesús a través de sus palabras y de sus gestos salvíficos.

Jesús busca muchas maneras de hacernos entender, su procedencia divina. Utiliza el método de su revelación a través de los milagros y sanaciones. A pesar de tantos esfuerzos, de muchas palabras; hombres y mujeres continúan contradiciendo sus signos, cambiando el orden de sus palabras, cerrándole el paso a quien viene en nombre de Dios. La mayor dificultad para ver a Dios, para reconocerlo a él, es el orgullo personal. Así quedó escrito en el versículo 14 salmo 19: “Que el orgullo no me domine nunca. Así seré perfecto y libre de pecado”.  

El Papa emérito Benedicto XVI Advierte de los ciegos curables y aquellos que no se dejan curar, porque se presumen de sanos. (cf. Ángelus 2 de marzo 2008). 

¿Cuándo abandonaremos la ceguera que nos circunda?; ¿cuándo lograremos entender y dirigir la vida desde la luz de Dios?; ¿cuándo vamos a ubicarnos frente a un Jesús tan real, tan próximo a nosotros, tan cerca, tan nuestro? 

Lo haremos aceptando la luz de Dios, asumiendo una vida sacramental que se ajuste a los propósitos de Dios: “Dios no escucha fácilmente a los pecadores ciegos y necios, sino a aquellos que con el tiempo han aprendido a vivir según la voluntad de Dios.” Afirma el Salvador del mundo: “Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. Dejadlos. Son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15, 13-14). 

Cuida tu salud: La bondad, la justicia y la verdad, son fruto de la luz. (cf. Efesios 5, 9). 

JAIRO YATE RAMÍREZ

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