Dios Humano

María Yolanda Jaramillo G.

En unos contados días, la iglesia católica conmemora el nacimiento de Jesús en Belén, anunciado por los profetas como el Mesías y Salvador enviado por Dios “nadie ha visto a Dios jamás; pero Dios – Hijo Único; él que ésta en el seno del Padre nos lo dio a conocer” (Juan 1,18).

Entrando en la historia el concepto de “Dios Humano” no era nuevo; los romanos acostumbraban a divinizar a sus emperadores cuando fallecían, pero algunos como Julio César lo hacían en vida. En el siglo I y IV de nuestra era, a muchos emperadores romanos le rendían culto, altares, templos, sacerdotes, sacrificios, etc…

Los romanos recibieron influencia de los griegos, en sus grandes mitos abundaban los semidioses y héroes; tenían un extenso historial de divinización de sus reyes, al menos a partir de Alejandro Magno. Se menciona que los griegos adoptaron la práctica de los egipcios que consideraba a sus Faraones como deidades. De allí el concepto de Dios humano fue el que mayormente prevaleció en la historia de las religiones, se exceptúa al Judaísmo porque no tenía precedentes, en la divinización de los seres humanos.

Jesús era considerado la única manifestación humana del único Dios del universo. Su identidad principal en la tierra, era el Mesías y él “Rey de los judíos”, en lenguaje romano. Según Reza Aslan (escritor bíblico) la realeza de Jesús la proclamaron tanto sus seguidores judíos como los romanos. El mismo lenguaje que los cristianos usaban para hablar de Jesús reflejaba, el que los romanos empleaban para el emperador. Una inscripción de la ciudad de Éfeso hecha en los últimos años de Julio César lo definía como “Dios manifiesto y salvador de toda la humanidad”. Cumpleaños de Augusto, era la “buena nueva”, el mismo término que los cristianos aplicaban al nacimiento de Jesús (y los evangelios).

La llegada del emperador a la ciudad se denominaba “parusía”, que es el término que los cristianos empleaban para la segunda venida de Cristo. Estos paralelismos no son causales, lo deseado por los emperadores, reyes, faraones, se ha cumplido de modo más elevado en Jesús, que ha nacido inerme, sin ningún poder, cuyos huéspedes fueron unos pocos pastores. Al referirnos a la carta de San Pablo a los Filipenses se reafirma lo anterior “siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, muerte de cruz” (Filipenses 2,68).

Los cristianos católicos reconocemos que su nacimiento en Belén, junto a su madre María y San José, es el reconocimiento de nuestra fe, hacia la llegada de todos los creyentes, a la Belén Eterna.

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