Redes calientes

Juan Carlos Aguiar

Ha pasado más de una semana desde la detención preventiva del expresidente Álvaro Uribe y todavía no se sabe quién va ganando el pulso. Y no me refiero a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, quienes solo están haciendo su trabajo, así estemos o no de acuerdo con sus decisiones; tampoco hablo de los congresistas del Centro Democrático, quienes por obvias razones tienen que instigar en contra de lo decidido por la justicia, ya que con la posible caída de su “eterno” la mayoría de ellos regresaría a ser ciudadanos de a pie como usted o como yo.
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Hablo del pulso real, el que se da en las calles o más precisamente en las redes sociales, donde no bajamos de “mamerto” o “paraco” al contrario y donde las acusaciones a diestra y siniestra están a la orden del día, como si atacar al que piensa diferente ayudara a pagar el arriendo o sirviera para hacer mercado en la tienda de la esquina. Ahí, en ese campo de batalla virtual, donde todos disparan sus teclados contra el primero que se ponga al frente, no hay vencedores ni vencidos. Perdemos todos. 

Perdemos porque permitimos que un gigantesco manto de duda cubra nuestra institucionalidad y nuestra democracia. Perdemos porque nos convertimos en marionetas de fácil orquestación. Perdemos porque esos ídolos de barro se perpetúan en el poder sin permitir cambios que nos permitan un mejor país. Dos ejemplos: exigimos transparencia en la justicia, a la que pertenece esa misma Corte que decidió sobre el senador Uribe, pero llevamos más de 20 años esperando reformarla sin éxito; nos invitaron a participar en la ‘Consulta Anticorrupción’ y de nuevo nos quedamos en el intento de poner límites a quienes guían los designios del país. Y Uribe podría haberlos materializado.

Para escribir esta columna volví a leer los 11 principios de la propaganda nazi de Joseph Goebbels. Lo hice porque quería recordar que, para mí, el sexto, el principio de orquestación del que se desglosa la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”, estaba más vigente que nunca en la realidad de las redes sociales en Colombia. Sin embargo, al leerlos una vez más, descubrí con no poco asombro que hoy, en la política colombiana, estos principios están siendo aplicados con una desfachatez increíble. Quizás sueno pesimista, pero es que mientras no tengamos la disciplina de estar bien informados y no a través de memes y engaños preconcebidos para manipular incautos en Facebook o Twitter, seguiremos cubiertos por la incertidumbre que siembra la gente que repite como loro y que camina como borrego. 

No sé si Álvaro Uribe sea culpable de los cargos en su contra por soborno y fraude procesal, por los que está detenido en su finca El Ubérrimo, que no es precisamente una de esas cárceles plagada de sufrimientos a las que van los colombianos comunes y corrientes, pero sí sé que estos son quizás los delitos menos graves que le han endilgado. El nombre del exmandatario está mencionado en procesos que involucran presuntos nexos con grupos paramilitares, desplazamientos forzados, asesinatos y hasta masacres. Por esto es que es necesario que los responsables de investigarlo y juzgarlo entreguen todas las garantías de un Estado de Derecho, antes que caer en la tentación de recibir presiones desde el Palacio de Nariño, desde gobiernos extranjeros como Estados Unidos, o incluso de las mismas redes sociales que acusan, juzgan y condenan desde lo más profundo de sus odios. Y mientras tanto, quienes atacan en esas redes calientes siguen esperando por un guiño de sus mesías, que seguramente nunca llegará.

JUAN CARLOS AGUIAR

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