Incertidumbre en Estados Unidos

Juan Carlos Aguiar

Minutos antes de las 12 de la noche, del pasado jueves, envié un mensaje por WhatsApp al grupo de producción del programa de radio de Univision en el que trabajo. Informaba que el presidente Donald Trump se sometía a una cuarentena voluntaria, luego de que su asesora cercana Hope Hicks diera positivo a coronavirus. Y me dormí. Hora más tarde, al despertar a las 6:30, encontré que Trump confirmó en Twitter que también dio positivo junto a la primera dama.
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Los medios de comunicación del mundo volcaron su mirada hacia la Casa Blanca, donde hay pánico porque la cadena de contagios podría ir más lejos hasta llegar a su familia y poderosos secretarios. Wall Street y las bolsas del mundo cerraron a la baja el viernes, gran parte de las monedas latinoamericanas perdieron valor y, como lo reportó la agencia de noticias Reuters, inversores y bancos del mundo inclinaron sus apuestas hacia el triunfo de Joe Biden, su rival en la carrera presidencial de Estados Unidos que vive su recta final. Lo cierto es que todavía es temprano para las especulaciones. Aunque falta menos de un mes para que los estadounidenses visiten las urnas cualquier cosa puede suceder.

Una de las primeras medidas anunciadas por la Casa Blanca fue que el vicepresidente Mike Pence se convertía en “trabajador esencial” para la nación. No es para menos, según la Constitución y la Ley de Sucesión Presidencial de 1947, ante una falta temporal o permanente él asume el mando. Aunque Pence se hizo la prueba y confirmó no estar contagiado, en caso de que él tampoco pudiera la siguiente sería Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes. La lista sigue con al menos 15 nombres que podrían ocupar la presidencia ante la ausencia definitiva de Trump, Pence y Pelosi. Un entramado de poder para garantizar que la democracia no se detiene.

Lo que no se puede olvidar ante un suceso de esta magnitud es que no hay poder ni dinero que frenen la inconmensurable fuerza de la naturaleza. Es innegable que el presidente Donald Trump ha sido soberbio frente a los peligros que implica el coronavirus para nuestra frágil humanidad. Ha rechazado usar tapabocas, no ha guardado la distancia social, ha negado la gravedad del virus, ha especulado sobre su credibilidad y, lo que es más grave, ocultó la abrumadora realidad bajo el argumento de no desatar pánico, como lo evidencia la entrevista que, para su más reciente libro, le hizo el veterano periodista Bob Woodward. Al final, no lo evitó. 

Lo de Donald Trump no es un hecho aislado. Con él, son tres poderosos jefes de Estado que han negado el Covid-19 y han caído bajo sus fauces microscópicas. Boris Johnson, primer ministro de Inglaterra, enfermó en marzo, y Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, en julio. Los dos se aliviaron y retomaron el mando. Espero que lo mismo suceda con Donald Trump, que recupere su fortaleza y retome su campaña para la presidencia, no solo por su bienestar y el de su familia, sino por el de una nación que es determinante para el futuro de millones más allá de sus fronteras. Con unas palabras suyas el uso del tapabocas sería más generalizado, lo que según expertos salvaría cientos de miles de vidas mientras tenemos la vacuna.

Lo que venga en adelante solo depende de la salud de Donald Trump, un hombre de 74 años y algo de obesidad, lo que lo hace más vulnerable al Covid-19. Por eso hoy, luego de ser trasladado a un hospital militar, la pregunta en el mundo entero es: ¿cuál es su estado real?

JUAN CARLOS AGUIAR

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