Regreso al infierno

Juan Carlos Aguiar

Dicen que la explosión se escuchó varios kilómetros a la redonda. No era para menos, el poderoso carro bomba fue detonado en la tarde del pasado viernes frente a la Alcaldía de Corinto, en Cauca, regresándonos a las noticias sobre terrorismo. Esta vez fueron 43 heridos. 43 personas, colombianos inocentes, hombres y mujeres que terminaban su semana laboral sin mayores ambiciones que regresar a sus casas, al lado de sus familias, a la seguridad de sus hogares. Una vez más la violencia golpeó un rincón de Colombia y desató una rabia visceral y deseos de venganza desde las redes sociales. A eso nos hemos reducido los colombianos, a disparar nuestros odios desde los teclados de un computador y desde las pantallas de celulares y tabletas. Mientras tanto, pocos se detuvieron a pedir por esas 43 personas, seis de ellas en estado de gravedad que luchan contra la muerte en los hospitales.
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La reacción de las autoridades no se hizo esperar. “… Vamos a ir tras los autores intelectuales y materiales de este execrable hecho”, escribió en su cuenta de Twitter el presidente Iván Duque; “… Narcocriminales no seguirán sembrando terror en la población”, publicó en la misma red el ministro de Defensa Diego Molano, mientras ofrecían 200 millones de pesos de recompensa para quien entregue información que permita la captura de los responsables. Movieron más tropas a la zona, las que muy pronto se marcharán.

Se pusieron creativos. Como si Santos, Uribe, Pastrana y una larga lista de nombres no hubieran dicho lo mismo en cada acto terrorista. Aunque no sucedían hace mucho tiempo, estos ataques han sido repetitivos en la región y, con seguridad, no serán los últimos así nos duela reconocerlo. Corinto, Caldono, Miranda, Jambaló, Toribío, poblaciones olvidadas que históricamente han sido afectadas por la guerra mientras protagonizan titulares sangrientos en los medios de comunicación.

Según la Misión de Observación Electoral —MOE—, en octubre de 2016 el 65 por ciento de quienes votaron en Cauca por el Plebiscito por la Paz lo hizo a favor del Sí. En aquel entonces no me sorprendió ese resultado porque recordé que unos años atrás, en 2013, recorrí toda esa región para constatar, desde mi trabajo periodístico, que sus habitantes estaban cansados de una guerra que los consumía a diario. Una de esas noches, mientras dormíamos en Toribío, escuchamos explosiones y ráfagas de ametralladora. Cuando salimos a ver qué sucedía, algunos habitantes nos tranquilizaron diciéndonos que no nos preocupáramos, la guerrilla estaba “lejos del pueblo, solo es por asustar”. Nos explicaron que eso sucedía cuando los visitaban periodistas, disparaban desde lejos para mostrar fuerza. Días después de que nos fuimos el comando de la Policía de Toribío fue atacado de cerca, dejando más disparos impactados en las paredes de ese pequeño búnker.

Aquí nada va a cambiar por dos razones fundamentales. Esta región es un corredor estratégico para el paso de la droga que va para el exterior y para el ingreso de armas que oxigenan nuestro conflicto armado. La segunda —quizás más importante—, es que los colombianos no hemos sido capaces de desarmar nuestros corazones y exigirles a los gobiernos de turno que tengan verdaderas políticas de Estado que implementen los acuerdos de paz que se han firmado por años, entre ellos el logrado con las Farc. Prueba de ello es que el día del plebiscito, cuando ya era concluyente que el No le ganaba al Sí, por un mínimo margen, mi hijo mayor se levantó y frente al televisor soltó una frase premonitoria: “País de mierda”. Lo grave es que, si nuestros hijos piensan eso, es una prueba de que nosotros, como padres, como sociedad y como país, perdimos esa guerra y nadie lo acepta.

JUAN CARLOS AGUIAR

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