Las heridas de la pandemia

Juan Manuel Díaz

A la fecha, más de 63 mil personas han muerto en Colombia por causa del Covid-19. La aterradora cifra, representa la totalidad del lleno del Estadio Olímpico de Londres construido en 2012, y supera a todas luces, los estadios de futbol ampliamente conocidos por los colombianos.
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La Bombonera de Boca, el Monumental de River, y desde luego El Campín y el Metropolitano de Barranquilla donde juega la Selección Colombia, pudieran llenarse con la cantidad de muertos que ha dejado el virus en el país, y que en 2020 nos cambió la vida para siempre a todos.

Hago la odiosa comparación, porque pareciera que, si no hablamos de fútbol, reinas, y novelas, como bien lo ha dicho el crítico televisivo Omar Rincón en muchos de sus escritos, aquí no pasa nada y esa es otra Colombia. No ha pasado nada con el sistemático asesinato de líderes sociales, con cuyo número pudiéramos llenar cinco estadios de esos completos. No ha pasado nada con el recrudecimiento de la guerra, los carros bomba que amenazan con volverse a poner de moda como en los 90, y con las amenazas de actores armados como la denominada Nueva Marquetalia de Iván Márquez y Jesús Santrich.

Aunque suene complejo decirlo, desafortunadamente, la pandemia más que dejarnos una cantidad de muertes, nos ha dejado desolación y ha evidenciado con gritos y trapos rojos el abandono estatal y la crisis de la salud en Colombia. Ese abandono de siempre por el que García Márquez se atrevió a escribir aquella frase de “el día que la mierda tenga valor, los pobres nacerán sin culo” y que nos permiten pensar que Buenaventura, Chocó y La Guajira, hacen parte de cualquier país pobre del continente africano, pero no del nuestro.

La pandemia más que eso, nos ha dejado rotos por dentro, con profundos problemas sociales, de salud mental y espiritual, pero heridos de muerte, mientras, los gobernantes indolentes, gozan de buena salud prepagada y poderosos honorarios.

La crisis social del virus nos ha dejado a la merced de los buenos corazones de los vecinos, de una ayudita del que pueda tener un poco más, y como si se tratara de una burla, muchos de nuestros paisanos al tiempo que le huían al fragor de la guerra, tuvieron que huirle a la tragedia de no tener nada para alimentar a sus familias, más que latas de atún vencidas entregadas por el gobierno.

No hay herida más profunda que la misma muerte, porque de la muerte ya no se regresa, pero con todo lo que ha pasado, en parte, todos hemos muerto un poco.

JUAN MANUEL DÍAZ

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