Detener el cambio climático, una opción de vida o muerte

libardo Vargas Celemin

Desde el 31 de octubre hasta el 12 de noviembre, en Glasgow (Escocia) se está desarrollando La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP). Un total de 120 jefes de Estado deliberan para aprobar el compromiso de luchar por unas metas que detengan el calentamiento global. Gran parte de los participantes, como políticos que son, pronuncian sendos discursos llenos de retórica falsa, cinismo e hipocresía. Los científicos dan a conocer dramáticos pronósticos sobre el futuro de la humanidad, si no se toman medidas urgentes. Y los ambientalistas denuncian las prácticas lesivas para el medio ambiente.
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Mientras esto sucede en el Reino Unido, el mundo entero sufre los impactos del calentamiento global: Huracanes, incendios forestales, deshielos, sequías y tantos otros males que ponen en riesgo la vida sobre la tierra. Entre tanto, los principales emisores de metano, el gas más tóxico del efecto invernadero (China, Rusia e India), no hicieron presencia en el evento y son reticentes a los plazos que se fijan en los acuerdos, lo que deja tambaleando cualquier esfuerzo por controlar el aumento de la temperatura global. 

Uno de los principales problemas para lograr los objetivos trazados es la pobreza de muchos países, situación que les impide destinar presupuestos para esta tarea. Los estados más ricos del mundo agrupados en el G20, se habían comprometido en la anterior reunión (París 2015), pero no cumplieron con los aportes necesarios para el fondo que impulsa proyectos de captación por los sumideros naturales (bosques) o artificiales. 

Las grandes multinacionales con sus productos industriales y tecnológicos, al igual que quienes deforestan las selvas y bosques para ampliar la ganadería, y en nuestro caso, para el cultivo de coca, marihuana o amapola, son responsables en gran parte de esta catástrofe, que el secretario general de la ONU, llamó a parar con una frase patética: “dejar de cavar nuestra propia tumba”.

Muchos son escépticos frente a los acuerdos que han salido de estas convenciones del COP, por las diversidad cultural, política y social de los gobernantes, muchos firman, pero no ejecutan, porque conservar la vida en la tierra no es su prioridad. Simplemente asisten, y firman tratados que no van a cumplir, porque sus compromisos políticos van por otro lado.

Colombia perdió por deforestación cerca de 500 mil hectáreas en los últimos tres años y las áreas protegidas siguen amenazadas. Se insiste en la implementación de la explotación minera a cielo abierto, lo mismo que la vulneración de zonas de páramo, con la anuencia de las autoridades ambientales. Este es el panorama de nuestro país y los candidatos a la presidencia salvo una o dos excepciones nada hablan seriamente sobre las medidas contra el cambio climático.

 

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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