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Lo que más me sorprendía al visitar a Armero eran los trabajadores que en tiempos de cosecha de algodón, desafiaban la temperatura y se adentraban en los cultivos, con inmensos sombreros para combatir el calor y se abrigaban con trapos que cubrían sus brazos para evitar la pelusa que se pegaba al cuerpo. En los atardeceres, mientras las familias se sentaban en los andenes a ver pasar la fila interminable de recolectores en sus ciclas o trepados en carruajes, otros habitantes llenaban el ambiente de las heladerías con una tertulia interminable y lanzaban sus carcajadas a la brisa que traía el aroma de los pomelos.
Aunque han pasado los años, las heridas aún destilan sentimientos encontrados y no olvidan como los políticos y administradores hicieron de la desidia y la ineptitud, un ejemplo para el mundo. A los errores cometidos por las autoridades del departamento y el gobierno nacional, se suma el abandono e incumplimiento de la Ley 1632 de 2013, donde se aprobó rendir honores a Armero y cuyo objeto principal era “rescatar y afianzar la memoria y la identidad histórica y cultural”. Sin embargo, muchos armeritas siguen luchando para no dejar que el olvido también arrase con sus recuerdos.
Francisco González es el director de “Armando Armero”, una oenegé que busca rescatar la memoria de lo que fue la ciudad, desarrollar proyectos de carácter social y económico con la población afectada. Su mayor acierto, es un proyecto de profundo contenido humanitario como es: “Niños perdidos en Armero, una causa que nos toca a todos”. Un equipo multidisciplinario ha logrado varios reencuentros, pero aún faltan muchos más y no se aclara la forma en que actuó el ICBF, con la entrega de adopciones en forma ilegal.
La búsqueda que se hace permite detectar personas que quieren saber sobre su origen biológico y se tiene un banco genético de ADN y para precisar el parentesco.
Esta tarea loable, pero difícil, debería apoyarse desde la institucionalidad y liderar está obligación moral para resarcir en parte el daño causado a quienes todavía esperan ver y abrazar a sus seres queridos, rescatados de la avalancha, pero embolatados por la burocracia de quienes debían protegerlos.
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