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Los Juegos Olímpicos fueron suspendidos en el año 392 por el emperador Teodosio I, cuando el Imperio Romano adoptó el cristianismo como religión oficial. La ceguera clerical consideró los juegos una práctica pagana. Mil quinientos años después se revivieron los Juegos Olímpicos, gracias al impulso dado por Pierre Frédy Barón de Coubertin en el año 1896. Los Juegos Olímpicos de Invierno también contaron con el apoyo de Coubertin y los primeros se hicieron en 1924 en Chamonix (Francia), en el año 1924.
Ni los olímpicos modernos, ni los de invierno retomaron el ejemplo de los griegos y, por el contrario, en algunas celebraciones se han vetado países, sedes y han trasladado las guerras políticas e ideológicas a las pistas y los estadios. Tres veces se han cancelados por culpa de las dos Guerras Mundiales (1916 – 1940 y 1944).
Un caso atípico se dio el viernes pasado, día de la inauguración oficial de los Juegos de Invierno en Pekín. Horas antes el presidente de la República de China, Xin Jinping recibió en su despacho a Vladímir Putin, presidente de Rusia, no precisamente para hablar de deporte, sino para realizar una jugada política maestra y lograr el apoyo explícito de China a la no expansión de la OTAN en Ucrania. Además, firmó quince acuerdos de cooperación, el más importante, garantizarle el suministro de gas a la China. Fue un triunfo de los intereses bélicos de ambas potencias, sobre la necesidad de paz en este mundo.
Putin se comprometió con secundar a China en la retoma de Taiwán, otro foco de discordia de los monstruos del poder mundial. Mientras la diplomacia intenta inútilmente detener el enfrentamiento, en Washington, el otro interesado en medir fuerzas, sigue planeando las estrategias para conquistar el mundo y también envía tropas a Ucrania.
Los tanques manchan el paisaje blanco, la llama olímpica sigue prendida, ahora con más fuerza aviva el fuego de una posible conflagración mundial.
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