Degradación del proceso electoral

libardo Vargas Celemin

El carnaval, como se llamaba en la década de los setenta a las elecciones nacionales y regionales, ha superado con creces los límites de la arrogancia. Además de las antiguas formas de hacer política (cemento, tamal y zinc), se han instaurado distintas maneras para constreñir al elector, sin que exista una justicia que haga cumplir la Constitución. La compra directa del sufragio ya se realiza al aire libre, en los mismos barrios y conjuntos residenciales y los idiotas útiles que son los mercaderes de la democracia, no alcanzan a comprender el daño que les están haciendo al país, perpetuando estas prácticas que se desdoblan después en la nefasta contratación oficial, en la burocracia inepta, la corrupción y la violencia generalizada.
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Ya no se trata de discusiones ideológicas, políticas e inclusive filosóficas, sino ante todo la agresión verbal. Los candidatos, con alguna excepción, se limitan a salirle al paso de las propuestas ajenas rechazando su viabilidad e importancia para el desarrollo del país e impulsando la burla ordinaria en las redes sociales, que se desbordan en insultos e imprecisiones, sin el menor pudor, atacando la intimidad y ejerciendo la censura con sus ideas y odios de clase por tener que compartir este territorio con los desposeídos.

A muchos se les olvida que somos un continente mestizo. Se consideran superiores y no admiten que la única manera de salir adelante es a partir de esa identidad, donde reconozcamos que el indígena, el negro y el blanco, son tan importantes en la construcción de una Colombia distinta, donde más que el dinero, prime la conciencia cultural identitaria. Ya lo decía William Ospina en un artículo de opinión: “Tan grave error es negar lo español como negar lo indígena y lo africano, lo mismo que el aporte de tantos generosos y creativos inmigrantes que llegaron después”. La andanada de burlas y críticas que ha sido objeto la candidata Francia Márquez a través de las redes sociales demuestra que estamos lejos de vencer ese racismo estúpido que se impulsa desde las élites del poder. 

Resulta bochornosos que una senadora de la república, que supuestamente representa los intereses del pueblo, tenga como único argumento el de rechazar el nombre de una mujer luchadora, por corresponder a una nación colonialista. Si así fuera tendríamos que vetar el nombre del presidente, por ser homónimo de “Iván el Terrible”, quien asesinó hasta su propio hijo. Grotesca también resultan las expresiones “lumpenescas” de una cantante al servicio del establecimiento, que su único aporte al debate político es descalificar a una mujer por el color de su piel.

Los colombianos debemos poner fin a este desbarajuste y darle altura a una sociedad donde prime la controversia civilizada y no el odio racista y excluyente.

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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