La hora de las rectificaciones

Rodrigo López Oviedo

Desde el momento mismo en que Hugo Chávez inició su proceso revolucionario comenzó a hacerse palpable entre los venezolanos que una forma de vivir más humana sí es posible, y que al lado de su nuevo líder era posible alcanzarla. Las transformaciones que vinieron después profundizaron ese sentimiento, pero la reacción del gran capital, nacional y transnacional, que no se iría a resignar a que se pusiera en entredicho su inmenso poder, erosionaría un tanto ese naciente amor a través de una guerra atroz contra el nuevo poder, ante el cual no ha excluido ninguna posibilidad, ni siquiera la del golpe de Estado de 2002, pasando por la guerra de desabastecimiento, carestía e inseguridad que hoy se vive.

Con los efectos producidos por tanta agresividad, resultaba apenas lógico el crecimiento de la desesperanza entre los seguidores del gran líder, muchos de los cuales solo ven ahora neveras vacías, sin recordar que antes tampoco veían neveras, ni casas dónde tenerlas.

Esa desesperanza se tradujo este domingo en unas nuevas mayorías electorales a favor del viejo poder (58 por ciento), las cuales traerán consigo gravísimas talanqueras al proceso bolivariano, que no solo deberá enfrentar a la nueva bancada opositora, sino asumir también, con creatividad y realismo, una nueva relación con los integrantes de sus propias filas y las de sus amigos, entre las cuales, desde tiempo atrás, vienen pronunciándose voces críticas, aunque no antagónicas al proceso.

Son voces que reclaman rectificaciones políticas, fiscales y monetarias capaces de ponerle coto a la inflación galopante y al empobrecimiento de la gente; rectificaciones al modelo rentístico, buscándole alternativas generadoras de desarrollo integral, sustentable y autogestionario; rectificaciones sobre políticas comerciales, respecto de las cuales el Gobierno debe ir más allá de los mercales, nacionalizando el comercio exterior y poniendo en cintura la especulación con el dólar; sincerando la economía, eliminando la corrupción, reduciendo los altos índices de inseguridad, mejorando la cobertura y calidad de la educación y la salud y traduciendo en grandes posibilidades para la felicidad un proceso revolucionario que hoy debe hacer hincapié en las razones que le dieron vida.

Para todo lo anterior debe haber una mente abierta y dispuesta a ceder en esos pequeños y empalagosos egos que tanto daño hacen en la izquierda al pretender que las cosas solo pueden hacerse según “mi personal entender”, desconociendo la inconmensurable riqueza que hay en la inteligencia colectiva.

Tal vez se requiera inaugurar una nueva forma de gobernar, más dada a aceptar el control social, más cercana al hombre del común, y más llamada a considerar que sin la participación del ciudadano cualquier propósito socialista estará llamado al fracaso.

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